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Gratis lo recibisteis; dadlo gratis

Dios nos ama ciertamente. Nos llena de bendiciones y nos regala muchos dones todos los días. Su perdón es gratuito y no requiere nuestro esfuerzo. El Señor nos ha amado primero y ha enviado a su hijo único para salvarnos y hacernos entrar en el reino de los Cielos.

Todo este derroche de amor nos convierte en testigos y anunciadores del reino de los Cielos. Es por eso que por nuestro bautismo somos enviados al mundo para mostrar el amor de Dios manifestado en nosotros. ¿Estás dispuesto a ser un evangelizador diario de la buena noticia?

El mundo necesita de nuestra disponibilidad. Para la humanidad es urgente poder constatar la presencia de Dios mediante el testimonio valiente de hombres y mujeres transformados por la victoria de Jesús sobre la muerte. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 10,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad».

Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca

Hemos sido elegidos por Dios. La misión que nos encarga es de dar testimonio en el mundo de la obra del Señor. Somos testigos del amor de Dios que se manifiesta a través del perdón y la sanación de alma y cuerpo.

Así como los doce apóstoles fueron elegidos por Dios y enviados con poder para manifestar en el mundo que el reino de Dios había llegado, de esa misma forma nosotros hemos sido enviados al mundo para que con nuestra experiencia de vida podamos alegrar la vida de tantas personas que se sienten solas y desamparadas.

El mundo necesita nuestro testimonio valiente y sincero. ¡No nos quedemos callados! Gritemos a todos pulmón que el Señor es El Salvador del mundo entero. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 10,1-7): En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».

Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies

¿Estás dispuesto a ser obrero de Dios? El Señor nos invita a la evangelización en todas sus formas. En el cristianismo no hay “desempleados”. Todos estamos llamados a trabajar en la mies del Señor.

La evangelización se hace con palabras y acciones. Realmente podemos catequizar y anunciar el Kerygma pero debemos acompañar la predicación con obras de vida eterna. El mismo Jesús cuando anunciaba el Reino de los Cielos demostraba que su palabra era verdadera perdonando y sanando a todos.

De nosotros, los cristianos, se espera una disponibilidad misionera. El encuentro personal y profundo con el amor de Dios nos hace testigos de su acción en nuestra vida. ¿Estás dispuesto a compartir tu experiencia con todos? Si lo haces así, serás feliz. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 9,32-38): En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios».

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».

Con sólo tocar su manto, me salvaré

Tocar a Jesús es la clave para sanar y liberarnos de nuestros pecados. Tocar al Señor es la acción de entrar en su presencia con humildad y pedir perdón por todos nuestros pecados. Tocar a Cristo es abrimos a su amor. ¿Alguna vez has tocado al Mesías y Salvador?

Tenemos muchas maneras de tocar el manto de Jesús. Lo podemos hacer a través de su palabra, los sacramentos, la oración y el amor manifestado en los hermanos. Al tocar (experimentar) el amor de Dios en nuestra vida toda enfermedad es curada.

Toquemos a Dios todos los días. Vamos a tocarle con Fe para poder experimentar el amor que lo transforma todo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

No seas incrédulo sino creyente

Tomás, uno de los doce apóstoles, en su momento puso en duda la resurrección de Jesús. Exigió evidencias que pudieran demostrar dicho hecho. Fue un incrédulo ante el testimonio de sus demás hermanos. ¿Alguna vez te ha pasado lo mismo?

Quizás no reconozcamos que muchas veces, sin darnos cuenta, actuamos como unos incrédulos. Vamos por la vida en nuestros afanes y problemas sin poner a Dios como centro de nuestra existencia. Enfrentamos las situaciones del día a día desde una óptica puramente material. Vivimos la vida como si Dios no existiera.

Hoy el Señor nos llama a un cambio radical. Nos invita a descubrirles presente en todos los acontecimientos. Se nos aparece día a día en nuestra vida para mostrarnos los signos del amor de Dios. Jesús es el rostro amoroso del Padre que nos invita a creer en su perdón y tener esperanza de un futuro mejor. ¡Nunca dudes del amor de Dios!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados

Jesús tiene poder de perdonar nuestros pecados. Dicha potestad la ha transmitido a su Iglesia por la gracia de su presencia en los sacramentos. ¿Te has sentido alguna vez profundamente perdonado por Dios?

No existe mayor milagro que sentirse amado por el Señor. Su amor lo cura todo. Lo transforma todo. Lo perdona todo. En su perdón podemos encontrar paz y consuelo. Es la gran obra de Dios en nuestra existencia.

Los milagros físicos que realizaba Jesús son una expresión concreta del poder que tenía para perdonar pecados. El mayor milagro no es que un paralítico camine. La mayor manifestación del poder de Dios es que sean perdonado todos nuestros pecados. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

Dios nos muestra el camino de la salvación en Jesucristo. Sin embargo, haciendo mal uso de nuestra libertad seguimos otros caminos que nos conducen a los ídolos de este mundo. Nos apegamos a las cosas de este mundo y nos alienamos con el ruido mundanal. ¿Quién podrá liberarnos de las ataduras de la muerte?

Es fundamental reconocer en Cristo todo poder y fortalezca. Nos puede parecer imposible vencer al enemigo espiritual que nos invita a pecar. La verdad es que en Jesús está nuestra fortaleza. Si nos apoyamos en Él y reconocemos su poder como el Cristo, hijo de Dios, seremos liberados de todo mal.

Vivir en el Señor es vivir en la alegría Pascual que nos hace experimentar una felicidad sin fin. Abramos nuestro corazón a esta experiencia. El Señor nos espera hoy. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

¡Señor, sálvanos, que perecemos!

La tempestad y el mar son símbolos que representan, en algunos pasajes de las escrituras, la muerte, pruebas y sufrimientos que tenemos que enfrentar en el transcurso de nuestra vida. Todos los seres humanos nos vemos sometidos a momentos de angustia y desesperación, ¿quién podrá venir en nuestra ayuda?

Jesús es nuestro Salvador. Él tiene poder sobre todos los acontecimientos. A través de la palabra que sale de su boca podemos pasar de la inquietud a la paz y tranquilidad que solo puede brotar en el corazón de alguien que pone su confianza en Dios.

¡No tengamos miedo! Dios está con nosotros siempre. Aunque en este momento experimentamos los fuertes vientos de una tormenta existencial, Jesús está en la barca de nuestra vida y nos salvará. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo

Jesús no fue reconocido por muchas personas de su tiempo. Pensaban que era un profeta más o un simple carismático que curaba y predicaba. El pueblo judío no le reconoció como su mesías esperando. Y tú, ¿qué dices de él?

Para poder ser perdonados por nuestros pecados y experimentar la salvación de Dios, es fundamental reconocer a Jesús como nuestro Salvador y mesías. Alguno podrá decir “pero yo le reconozco”. Sin embargo, en nuestras acciones diarias estamos negando a Jesús. Le quitamos autoridad a su palabra y preferimos llevarnos de todos los memes, mensajes de WhatsApp, publicaciones de redes sociales y palabras de “expertos” en la felicidad según una visión puramente material.

Nuestro Señor es el hijo de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. Nos viene a liberar de las ataduras que nos hacen creer que la vida está en los ídolos de este mundo. Hoy es un buen día para proclamar solemnemente nuestra fe en Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre que nos resucita de la muerte. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Señor, si quieres puedes limpiarme

En tiempos de pandemia podemos reflexionar, de una manera más pertinente, sobre los diferentes tipos de enfermedades que pueden afectar al ser humano. Existen dolencias físicas, como el coronavirus, y otras afecciones espirituales que afectan el alma. Todos hemos padecido de algún virus que contagia nuestro ser.

Nuestro espíritu puede enfermar de orgullo, soberbia, odio, resentimiento, envidia, gula, avaricia, apego a los bienes materiales y diversas formas de afecciones espirituales. Dichas “fiebres” y “gripes” nos amargan la vida, nos roban el entusiasmo y nos meten en la tristeza. Necesitamos un buen médico que nos cure. ¿Quién nos devolverá la salud espiritual?

Nuestro Señor Jesús es nuestro médico que puede curarlo todo, no sólo las enfermedades físicas. Jesucristo es el doctor que sana nuestras dolencias y nos permite volver a ser personas felices y sin miedo. Pidamos al Señor que nos vacune de todo mal y nos proteja de todos los virus peligrosos que pueden matar nuestra alma. Confiemos en Él. Cristo es nuestro Salvador. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».