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Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Todos hemos escuchado alguna vez la frase: “yo perdono pero no olvido”. Hablando con una señora, le preguntaba si había perdonado al esposo que la abandonó con tres hijos y me dijo “que le perdone Cristo”. En definitiva, es muy difícil para nosotros perdonar. Es por eso que Jesucristo siempre dio una palabra al respecto porque sabía el muy bien que nunca podría haber felicidad en el corazón de una persona si no perdonaba sinceramente.

La gracia que Dios para que podamos perdonar a todos los que en algún momento nos han hecho daño es el conocimiento profundo de nuestros propios pecados. Nadie puede perdonar si antes no ha recibido el perdón. Solo uno puede perdonar y ese es Dios. En Jesucristo podemos contemplar el amor y perdón de Dios. ¡Él nos ama! ¡Él te ama! Nunca dudes de su amor.

Te pregunto, si él te amó y perdonó tanto, ¿Por qué no perdonas? Pidamos al Señor su espíritu para que podamos amar y perdonar como Él lo hace. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21-35): En aquel tiempo, Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

»Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo

¿Qué necesitas? Más dinero, una vida, más amor, más salud, una casa, un carro… en fin, son muchas las necesidades que pensamos tener. Siempre hay algo que aspiramos y no logramos alcanzar. Esto genera frustración y apatía en nosotros.

Muchas personas recurren a la oración como medio para obtener de parte de Dios dichas necesidades materiales. El pobre Señor, me imagino, que al escuchar nuestras peticiones siente lástima y compasión. Se da cuenta de la cantidad de cosas banales a las que aspiramos.

Es verdad que a veces pedidos cosas muy serias, como la salud de un hijo o por la conversión de un ser querido. Pero la oración es un acto de Fe. En la oración reconocemos que Dios es más grande que nuestras pequeñas preocupaciones. El sabe muy bien lo que necesitamos.

Pidamos al Señor que nos de la gracia de amarle con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Lo demás, viene por añadidura. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

¿Por qué esta generación pide una señal?

Es propio de la naturaleza humana pedir demostración o pruebas de las cosas. Por ejemplo, si alguien dice quererte, lo normal es que le pidamos que lo demuestre con hechos. El tema es que a veces, las señales son evidentes, pero por alguna razón no las vemos o no las interpretamos como deben entenderse.

Algunas personas en tiempos de Jesús no entendían las señales que hacia el Señor. ¿Qué les impedía ver lo enviente? Que estaban en sus propios esquemas. Miraban a Jesús como una persona extraña que hacía cosas fuera de toda lógica. No estaban abiertos a la voluntad de Dios.

A nosotros nos puede pasar lo mismo. Pedimos al Señor que nos haga milagros que no están en el plan de Dios. Queremos que Él se someta a nuestros esquemas y formas de entender la vida. Somos ciegos y no vemos las cosas evidentes. No nos damos cuenta que la verdadera señal que Jesús dará en la victoria sobre nuestras muertes a través de su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa. Este es el gran milagro, la gran señal que Jesús hará en nuestras vidas: que participemos de su resurrección. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 8,11-13): En aquel tiempo, salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal». Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.

No temas; solamente ten fe

Una de las realidades que afectan al ser humano es la enfermedad. La vida siempre se ha visto amenizada por los padecimientos y enfermedades. Desde siempre han habido personas que han trabajado en las diversas formas de curación o sanación. Se les llamaba doctores, chamanes, curanderos y hasta hechiceros. En fin, los hombres y mujeres de todos los tiempos han buscado la forma de librarse de los males del cuerpo. ¿Y de los males del alma? ¿Quién ha podido ayudarles?

Jesús, hijo de Dios, ha venido al mundo a salvar y sanar. Con su poder, que viene de Dios, ha hecho milagros y prodigios. Ha resucitado muertos y sanado a las personas de muchas enfermedades, ¿Cuál ha sido el objetivo de tantos milagros? Suscitar la Fe en el corazón de las personas. Con los milagros físicos confirmaba algo superior: la salvación ha llegado a nuestras vidas. Muchas veces dijo “tu Fe te ha salvado”, porque el encuentro personal y profundo con el amor de Dios a través de ese milagro era el objetivo último.

Pidamos a Dios el milagro más importante, el milagro de nuestra conversión. Que hoy podamos hacer experiencia profunda y personal con el amor de Dios que sana las dolencias del cuerpo pero que también las enfermedades del alma.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

Hijo, tus pecados te son perdonados

Muchos milagros acontecen todavía hoy. Hay muchos carismas de la iglesia que dan especial énfasis al don de sanación o liberación. Todavía hoy sigue curando de forma milagrosa, a través de muchos medios, a tantas personas. ¿Por qué Dios hace esto?

Alguna persona racional diría, “¿Por qué Dios cura a algunas personas y a otras no?” Esto se esclarece en la acción misionera de Cristo.

Los signos visibles de la potencia de Dios mediante el milagro de sanación física están en función del más grande de todos los milagros: el milagro moral. Nuestro Señor Jesucristo, sabiendo muy bien que la enférmese más profunda y dañina de todos es la que tenemos en el espíritu.

He conocido a un amigo de la iglesia con una enfermedad que le obliga a ir al hospital varías veces al año. Hoy bendice a Dios, ¿Por qué? Porque ha experimentado el perdón y amor de Dios que le hace descubrir el sentido de su enférmese y sufrimiento y le hace vivir en bendición. Este es el mayor de los milagros. ¡Vivir en la alegria del evangelio! Pidamos al Señor que nos siga dando la gracia del milagro moral. Que sane los males del corazón e nos haga caminar en salvación.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 2,1-12): Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.

Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».

Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».

Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».

No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños

La misericordia de Dios es eterna y, podríamos decir, inexplicable. ¿Cómo es posible que alguien deje el 99 por ciento de lo que tiene para recupera solo el 1%? La lógica humana no entra dentro de esquemas humanos.

La naturaleza de nuestro Dios, mostrada en en Jesús, es amar a todos y todas, especialmente a las ovejas descarriadas. No ha venido por los sanos, si no por los enfermos. Ha venido a salvar, y no condenar. Entonces, ¿Por quién vino el Señor Jesús? Por ti y por mí.

Somos la oveja descarriada. Somos los enfermos. Somos los que necesitamos experimentar todos los días el amor de Dios. Este tiempo de adviento es momento propicio para hacer la voluntad de Dios y abrir nuestro corazón al amor. ¿Alguna vez as experimentado el perdón? Si te falta vivir esta experiencia, espera en el Señor, que podrás alabarlo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa

Jesús hizo muchos milagros. Su poder de manifestaba de muchas maneras. Curaba, exorcizaba y hasta resucitaba muertos. ¿Cuál de todos estos milagros y prodigios era el más importante? El perdón de los pecados.

Si, el milagro moral es el más importante. ¿De qué nos sirve hablar en lenguas, hacer milagros o levitar por los aires, sino hemos experimentado el Amor?

Lo más grande que Dios nos ha dado en Jesús es su amor y perdón. Al recibir estos dones inmensos del Señor, estamos invitados a darlo a los demás. Gratis lo has recibido, darlo gratis. Si has recibido mucho amor, da mucho amor. Este es el gran milagro del Señor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Nos ha pasado a todos. En algún momento de nuestra vida, alguien nos ha ofendido con intención o sin ella. Nos han faltado al respeto, nos han hablado mal o nos han hecho algún mal directo o indirecto. Es decir, todos hemos tenido la experiencia de sentir en lo profundo de nuestro corazón el dolor de la ofensa que nos infringe alguien. De frente a ese acontecimiento, ¿cómo reacciona un cristiano?

Lo primero es lo primero. El cristiano es aquel que ha experimentado en su vida el amor de Dios y la manifestación máxima de ese amor es el perdón. Nosotros hemos sido perversos, malvados y pecadores. No hemos sido buenos. Hemos hecho mucho mal. ¿Lo sabes? ¿Tienes conciencia de eso? En la medida de que tengas ilimunados tus pecados en esa misa medida experimentarás el amor de Dios sabiendo que en Él tus pecados han sido perdonados.

Todo aquel que experimenta profundamente el perdón de Dios puede perdonar. Aquí está la clave. ¿Si te han perdonado tanto como tú no puedes perdonar lo poco? Pidamos a Dios que nos conceda sentir su perdón y dar ese mismo perdón a los demás. ¡Ánimo! Dios es amor que se manifiesta en el perdón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21—19,1): En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré». Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 
»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Levántate y anda

Dios es aquel que perdona todos nuestros pecados. En Él y de Él proviene este poder. La base de la curación o sanación interior está en experimentar el perdón de nuestras faltas y perdonar a los que nos han ofendido. En definitiva, el perdón nos sana y libera de todo mal.

En la antigüedad se creía que la enfermedades físicas eran las consecuencias de los pecados cometidos por el enfermo o su familia. Es por eso que Jesús, para demostrar que tenía poder de sanar el alma, también sanaba el cuerpo. 

Yo he tenido todas las experiencias. Mi madre tuvo cáncer y sanó pero también una hermana de comunidad le diagnosticaron cáncer pero esta murió. La pregunta sería: ¿por qué Dios sanó a una y a la otra no? Pues porque lo que más interesa a Dios es sanar nuestra alma. Todavía resuena en mis recuerdos cuando mi hermana de comunidad me contaba el extraordinario testimonio de Fe que daba a los demás enfermos en la clínica y también lo contenta que estaba de irse al cielo. Esta hermana había encontrado en su cáncer el camino perfecto para llegar a la santidad y hacer experiencia profunda del amor y el perdón que solo puede dar Dios.

En el día de hoy somos todos invitados a descubrir y experimentar este perdón. Por eso Dios a dado a sus ministros la facultad de asistirle en este proceso de perdón y reconciliación. El sacramento de la penitencia o reconciliación es para hacer presente aquí en la tierra la maravillosa gracia del perdón que Dios da a sus hijos y que crea la comunión entre ellos. ¡Ánimo! Dios ha perdonado tus pecados, por eso alégrate y camina firme hacia la vida que el Señor quiere darte.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

El mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí

¿Donde se puede reconocer que alguien es cristiano? Alguno dirá que si va a la Iglesia, ora, no le hace daño a nadie y lee mucho la Biblia. Es cierto que estas cosas pueden ser señales que indican una persona que profesa la Fe cristiana, pero la realidad es que son las obras que demuestran el cristianismo actuante en una persona o sociedad. Y, ¿cul es la obra más importante para saber que alguien es cristiano?

El amor es la ley de leyes. Amar como Cristo nos ha amado es lo que hace a alguien cristiano o no. Podemos asistir a la liturgia y andar con una Biblia para arriba y para abajo pero lo que realmente nos hace verdaderos seguidores de Cristo es que amamos al prójimo como lo hizo el Señor con nosotros. ¿Cómo fue que nos amo? Hasta el extremo. No nos juzgó y nos perdonó incluyendo en los momentos en que le traicionamos con nuestros pegados. Ahora te pregunto, ¿tú amas así? Si la respuesta es no, pídele a Dios que te de la gracia de hacerlo no en tus fuerzas sino en la fortaleza y apoyo de Jesús. 

Amarnos los unos a los otros es el único camino para hacer presente la vida divina aquí en la tierra. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. 
»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».