Archivo de la etiqueta: Jesús

¿De Nazaret puede haber cosa buena?

Algunas veces, sobre todo cuando las cosas nos salen mal, nos entra la duda y pensamos que Dios nos ha dejado solos. De hecho, podemos caer en la grave tentación de dudar de la existencia misma de Dios. Miramos nuestra fragilidad y la de los que supuestamente deben ser ejemplo a seguir y pensamos: ¿puede salir algo bueno de la iglesia? ¿Cómo podemos creer en un Dios que permita el mal y el sufrimiento?

La fe debe ser probada. Nuestra creencia en Dios debe ser confirmada mediante los acontecimientos. La experiencia de encuentro personal con Jesús se basa en reconocer que Él es nuestro señor y mesías aunque las cosas que puedan pasarnos no nos parezcan buenas.

Nuestro Dios nos anima a reconocerle presente en nuestra historia, especialmente en la fragilidad de las cosas. Nuestro Señor nos hace fuertes en medio de la debilidad. Nunca nos deja solos. Al contrario, nos hace crecer ayudándonos a superar la adversidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 1,45-51): En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Cerráis a los hombres el Reino de los Cielos

La hipocresía de los hombres y mujeres de fe le cierran el cielo a los demás. Los cristianos llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra. Cuando no lo somos, alejamos a los que pudieran convertirse pero no lo hacen porque no le damos signos verdaderos de conversión. ¿Y cuáles son estos signos? El amor en la dimensión de la cruz y la perfecta unidad.

Muchos podemos creer que se un buen cristiano consiste en el cumplimiento externo de normas y preceptos. Es decir, que si nos portamos bien y hacemos las dos o tres prescripciones litúrgicas, estamos cumpliendo con ser “buenos cristianos”. Eso está bien, pero si no se acompaña con la caridad, amando al prójimo incluyendo a nuestro enemigos, no estamos siendo diferentes a cualquier persona de fe que alguna otra religión.

Los musulmanes rezan mucho, algunos más que que nosotros. La diferencia es que nosotros estamos llamados a amar a los demás, perdonar siempre, servir a todos y todas, a considerarnos siempre los últimos en todo. El amor crea comunión en el matrimonio, la familia y en todo nuestro entorno porque amamos como Jesús nos amó.

No seamos hipócritas. Hagamos acompañar nuestras prácticas cristianas externas con obras de vida eterna. Con hechos de amor, misericordia y perdón. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 23,13-22): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él».

Entonces, ¿quién se podrá salvar?

Estamos apegados a los bienes de este mundo. Si somos humildes, debemos reconocer que en muchas ocasiones buscamos dinero, fama y poder porque todo el mundo nos dice que solo así podemos ser verdaderamente felices, ¿que nos dice nuestro Señor al respecto?

Nuestro Jesús nos invita a tener un desapego radical de todos los bienes. La libertad plena se alcanza cuando podemos disfrutar de las cosas y no instrumentalizarlas o hacernos ídolos de ellas. Muchos ricos, famosos y poderosos terminaron muy mal sus vidas, hasta con suicidios, porque pensaron que estos falsos ídolos podrían proveerles de verdadera felicidad y al final se dieron cuenta que no.

¡Seamos libres! Pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Vivamos para el Señor de señores. Solo así alcanzaremos la vida eterna. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 19,23-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible».

Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros».

¡Ánimo!, que soy yo; no temáis

No dudemos del amor de Dios. El Señor nos libra siempre de todos los peligros del alma. Nos salva de la muerte y nos conduce por caminos de paz y misericordia. ¿Te lo crees?

Un día, la barca estaba en medio del mar agitada violentamente por las olas. Los discípulos que ocupaban el navío se sentían morir. Estaban muertos de miedo. Jesús increpó los vientos y todo se calmó. De la misma manera él tiene poder de apaciguar nuestra alma. Jesús nos invita a tener ánimo. Él siempre está presente en medio de nuestros sufrimientos y nos da consuelo.

¡No tengamos miedo! Nuestro Señor nos libra de todo peligro. Cuida de nosotros y nos conduce hacia aguas tranquilas. Dios nunca dejará que nos perdamos en la oscuridad del mal. Te Avalos fe y apoyemos nuestra vida en él. Bendiciones.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

Dadles vosotros de comer

La gente sencilla y necesitada seguían a Jesús. Miles le escuchaban atentos. Sus palabras eran como bálsamo aplicado a las heridas existenciales del alma de miles de personas. El Señor sabía dar un alimento nuevo a todos aquellos que estaban hambrientos y sedientos de consuelo y amor.

Jesús no realizó su misión solo. Se hizo acompañar de apóstoles, personas débiles y sencillas, que obedecían a su Señor con humildad y docilidad. Hacían recostar a las personas en prados de fresca hierva, símbolo de la Iglesia donde las personas pueden comer un alimento espiritual que calma definitivamente su hambre espiritual.

Cinco panes y dos peces fueron suficientes para alimentar una multitud. La palabra hecha carne en Jesús es el alimento que suple todas las necesidades de un pueblo hambriento de amor. Pidamos a Dios que nos de siempre aliento que baja del cielo. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá».

Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra

El cristiano está llamando a elegir la mejor parte. Lo mejor de esta vida no es el dinero, la fama o el poder. Lo más valioso de esta vida presente no es tener trabajo, afectos humanos y reconocimiento de la sociedad. Lo más importante en la vida es encontrarse con el Señor.

Vivimos en mucho afanes. Estamos siempre con la mente ocupada en los temas mundanos. Casi nunca nos damos la oportunidad de silenciar el ruido mundanal y estar en la presencia silenciosa de nuestro Dios. Él que logra la paz interior, transforma su alma y es capaz de vivir cada día en una alegría maravillosa.

Nunca perdonamos la intimidad con nuestro Señor. Estemos siempre en su presencia. Iluminemos todas las cosas y todas nuestras acciones con la luz de su palabra. Solo así estaremos siempre en el lado bueno de la vida. Así seremos verdaderos cristianos. Amén

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

El Hijo del hombre enviará a sus ángeles

Lamentablemente, en el mundo hay una tendencia a no creer en las realidades espirituales. El aspecto positivo de los avances científicos y tecnológicos quedan eclipsados con el materialismo que intenta explicar todo sin Dios. Estamos en un proceso de desacralización total de la vida humana.

La verdad, contrario a lo que piensan algunos, es que existe el cielo. Sabemos, por experiencia personal, que existen las realidades superiores y espirituales. Tenemos el conocimiento de que un día estaremos todos frente al tribunal divino para rendir cuenta de nuestras obras.

¡No tengamos miedo! Si sabemos vivir en la palabra de Dios, el juicio de nuestro señor será de misericordia. Su juicio siempre es benévolo y compasivo. Confiemos plenamente en el amor infinito de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,36-43): En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

El Reino de los Cielos es semejante

Dejemos los triunfalismo. Construyamos un reino de los Cielos sobre la base de ser sal, luz y fermento de la Iglesia. La misión no consiste en que todos los habitantes se la tierra sean cristianos católicos. Lo que Dios quiere de nosotros es que iluminemos, con la luz de Cristo, a toda la humanidad.

Para lograrlo no hace falta que todos se bauticen. Lo que necesitamos son hombres y mujeres verdaderamente cristianos que anuncien con sus vidas la resurrección de Cristo. El mundo espera que los hijos de Dios manifiesten la naturaleza divina mediante el amor al enemigo y la perfecta comunión.

Seamos como la semilla de mostaza o el fermento en la masa. A los ojos humanos no somos muchos pero tenemos la gracia de hacer crecer la masa y de convertirnos en un árbol grande y frondoso donde todos pueden encontrar cobijo y protección. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.

El resto cayó en tierra buena

La palabra de Dios cae en el alma como la semilla cae en la tierra. La palabra solo puede dar fruto si tenemos un corazón dispuesto a darle fiel cumplimiento. Solo así podemos mostrar al mundo las maravillas de Dios.

Sucede que en algunas ocasiones no damos buenos frutos. El mundo, la carne y el demonio, enemigos del alma, nos hacen la contra. Las tentaciones diarias, las preocupaciones por el dinero y el ahogo de las ocupaciones de cada día nos hacen olvidar la ocupación más importante: ser cristianos.

Seamos tierra buena que dé fruto para la vida eterna. Permitamos que la semilla del espíritu transforme nuestro corazón y seamos luz para el mundo. Dios estará siempre con nosotros en tan importante misión. ¡Ánimo!

Leer:

Mt 13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas:

-«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.

Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.

Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.

El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.

El que tenga oídos que oiga.»

Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

¡Dejemos de hablar! Acción, ese es el camino. Es bueno escuchar la palabra de Dios, pero mucho mejor es ponerla en práctica. Jesús insiste continuamente en eso. La palabra de Dios es para llamarnos a conversión y transformar los corazones.

En el concilio Vaticano II se reflexionó sobre la crisis de fe. La misma consiste en que muchos cristianos dicen tener fe pero no lo demuestran con su vida. Es decir, existe una especie de divorcio entre fe y vida.

Hacen falta volver a la fe radical. La fe que es coherencia absoluta entre lo que decimos y lo que hacemos. Seamos cristianos con fe adulta. Pidamos a Cristo la gracia de ser verdaderos cristianos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».