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Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos

¿Qué significa hacerse pequeño? Es una de las llamadas más importantes de Jesús. Él nos dio su ejemplo para poder en práctica esa palabra.

Jesucristo, siendo Dios, no retuvo ávidamente su dignidad, sino que renunciando a su condición divina se hizo “pequeño”… se humilló así mismo. Es el camino que nos muestra Jesús. Es el camino que conduce a la cruz.

Los pequeños confían plenamente en su Dios padre. Reconocen que Él lo ha hecho todo bien. Nunca dudan de su amor. Al ser pequeños no tiene más pretensiones que ser como su padre. Imitarle en todo. Ser pequeño implica reconocer que Dios es amor. Ser pequeño es estar siempre dispuestos a evangelizar.

¡Ánimo! Pidamos a Dios que nos haga pequeños, humildes y evangelizadores valientes que puedan anunciar la buena noticia siempre apoyados en Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,1-5.10.12-14): En una ocasión, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará

En Jesús podemos encontrar el sentido pleno y profundo de nuestra Cruz. La cruz es símbolo de todo aquello que nos hace sufrir, que quisiéramos quitar de nuestra vida o cambiar. Este sufrimiento es distinto al que produce el pecado.

El sufrimiento de la Cruz es uno que se nos impone en la historia. Muchas veces es permitido por Dios para nuestro bien, en orden a nuestra santificación.

Cuando Jesucristo muere en la cruz nos muestra el verdadero camino del cristiano. Todos estamos llamados a imitarle. Esto quiere decir, a acortar las cruces de cada día y ver en ellas la oportunidad de santificarnos. ¡Aceptemos nuestras cruces! Son gloriosas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,22-27): En aquel tiempo, yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho.

Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?». Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?». Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».

¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

El sufrimiento es algo que no podemos entender. Nos escandaliza ver el sufrimiento en el mundo. ¿Cómo es posible que exista un Dios bueno que permite guerras, enfermedades, desates naturales que maniatan a millones de personas? Nos escandaliza, al momento de razonar, que exista el mal siendo Dios el bien y con poder de hacer lo que quiera. Aquí hay un error de fondo.

Ciertamente, existe el sufrimiento. Algunos son permitidos por Dios, y otros son fruto de nuestros pecados, de nuestras debilidades humanas. En relación a los sufrimientos permitidos por Dios, en cristo, tienen un valor salvífico. Por ejemplo, si un ser querido tiene una enfermedad incurable, creemos qué hay algo equivocado en ese acontecimiento. La verdad es que este tipo de sufrimiento nos hace ver que somos simples creaturas y que debemos ser humildes y sencillos. El sufrimiento se hace cruz gloriosa cuando tenemos iluminado el porque Dios lo ha permitido para nosotros.

¡Ánimo! Si crees y aceptas el sufrimiento tendrás la cruz iluminada y nunca dudarás del amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-23): En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».

Éste es mi Hijo amado, escuchadle

El reconocimiento de que Jesús es hijo de Dios es parte fundamental de la fe cristiana. Nuestro Señor es el que se esperaba desde siempre. Cuando toma a sus discípulos más cercanos y se transfigura en su presencia, muestra de forma admirable su verdadera naturaleza. Es el hijo de Dios hecho carne.

La buena noticia es que Él nos hace partícipe de su naturaleza. Jesús es el camino, la verdad y la vida que nos conduce a una nueva naturaleza. A través de bautismos también podemos escuchar la voz de Dios que dice “eres mi hijo”.

Somos hijos de Dios cuando afrontamos la historia y vemos la gloria de Dios presente en todos los acontecimientos diarios. Somos hijos de Dios porque asumimos la vida y bendecimos a Dios siempre. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,2-10): En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» —pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados—.

Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos».

Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio

Siempre miramos las apariencias. Estamos pendientes de los defectos de los demás. Juzgamos a los otros como inferiores a nosotros. Es uno de los grandes pecados.

Jesús también fue despreciado. Al visitar su pueblo la gente lo miraba con desdén. Él había crecido en medios de ellos. No podían mirar más allá de sus narices. Tenía de frente a ellos al salvador del mundo entero y no cuenta se daban.

¡Que no nos suceda lo mismo! Estemos pendientes de las manifestaciones de Dios en todos los momentos sencillos de la vida. Aprendamos a descubrir la presencia del Señor en el hermano que nos corrige, en el acontecimiento que nos humilla y en los momentos de alegria. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

El Reino de los Cielos

Nos toca vivir en medio del mundo. Es decir, estamos llamados a vivir en el mundo pero tener nuestro corazón en el cielo. Aquellos que hemos sido elegidos por Dios para ser cristianos, tenemos la misión de vivir en una dimensión nueva y diferente. Estamos llamados a acoger y vivir en el Reino de Dios.

Jesús se pasó su misión anunciando que el Reino de los Cielos había llegado. Con sus palabras y obras instauraba una nueva realidad. Ya no teníamos que vivir en luto, llanto o pesar. Él manifestaba el amor de Dios que todo lo cambia y purifica.

¡Ánimo! Alégrate en el Señor. El reunio de los Cielos ha llegado ya.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.

Vende todo lo que tiene y compra el campo aquel

El encuentro personal con Jesús, vivo y presente en nuestras vidas, es lo más importante que le puede pasar a un ser humano. Al punto que para aquellos que lo experimentan cambian radicalmente la vida.

En el evangelio leemos en diversos pasajes como las personas están dispuestas a venderlo todo por amor a Cristo. Esto significa la trascendencia de conocer a Dios y experimentar su amor. No hay nada que supere esa realidad.

Pidamos al Señor que podamos participar de su Reino. Que podamos vivir, desde ya, la vida eterna aquí en la tierra.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,44-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.

»También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra».

El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre

La Iglesia está llena de carismas. El Espíritu Santo suscita muchísimos servicios para la santificación de los hermanos y hermanas. Hay algunos que se dedican a predicar. Su palabra es la palabra de Dios y como si fuera una semilla de un árbol, busca caer en tierra buena para crecer y luego dar fruto. Esta tierra buena es el corazón de aquellos que escuchan y ponen en práctica la palabra de Dios.

El que nos acoge la palabra es como un alguien que elige el camino malo. Alguien que prefiere quedarse en sus egoísmos y pecados.

El Señor nos llama a dar frutos de vida eterna. A dejarnos invadir de su espíritu para así ser hijos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,36-43): En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo

Jesús hablaba en parábolas. Intentaba comunicar de diversas maneras el mensaje de salvación. Con un lenguaje sencillo hablaba de los misterios celestes.

Todavía hoy nos habla con palabras sencillas. Sus gestos son sutiles. Nos habla me los acontecimientos y hechos de cada día. Muchas veces estos actos de Dios en nuestra son muy duros, difíciles de digerir.

La historia se nos hace pesada, a veces insoportable. Pero Jesús nos invita a ver en esos detalles de cada día, el misterio maravillos del amor de Dios que va creciendo poco a poco a quien sabe escuchar y poner en práctica su palabra.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.

El que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende

Todos los días escuchamos la palabra de Dios. Son como semillas diarias que buscan una tierra donde dar frutos. El Señor se manifiesta de muchas maneras. En acontecimientos, a través de ángeles, y situaciones que permite para santificarnos.

Nosotros podemos pedir a Dios que nos de la gracia de ser tierra buena. Una tierra buena donde puedan crecer las semillas de Dios. Tierra buena donde pueden darse los frutos de vida eterna. Tierra buena donde Jesús pueda crecer.

Pidamos al Señor la gracia de escuchar y poner en práctica la palabra. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,18-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».