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La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido

Debemos reconocer que es muy difícil para nosotros reconocer que hemos, al igual que hace dos mil años, dado muerte a Jesús con nuestros pecados. Con nuestra mentalidad racional y pragmática nos cuesta trabajo conectar nuestras acciones con semejante acontecimiento. 

Este tiempo de Cuaresma es precisamente momento oportuno para reconvierte nuestros pecados y sus funestas consecuencias. Es obvio que no se pretende que nos quedemos solo en esto.

Somos invitados a cambiar de vida. A no “rechazar o dar muerte” a Jesús. Se nos invita al cambio de vida y amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerzas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 21,33-43.45-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». 
Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos». 
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta.

El mayor entre vosotros será vuestro servidor

El tiempo de Cuaresma es tiempo de hacerse pequeño. Es vital para resucitar pasar primero por la muerte del hombre viejo que muchas veces gobierna nuestra conducta. ¿Qué mal hace este tipo de ser esclavo del pecado?

Los fariseos y escribas eran personas a los que Jesús acusó de hipócritas. La actitud farisea consiste en hablar y no hacer. El hombre nuevo que propone Jesús hace referencia a personas que son humildes, se consideran pecadores, y por tanto consideran a los demás mejores que ellos. El fariseo es todo lo contrario. Se apoya en un supuesto cumplimiento de normas para colocarse así mismo por encima de los demás.

Estamos hoy compelidos por Dios a ser los últimos. Servidores de todos. Ocupar siempre el lugar del pobre y humilde, sabiendo que solo Dios es bueno y santo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.
»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Doctores”, porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?

En este tiempo de Cuaresma el Señor nos pone como ejemplo a Pedro. Este discípulo de Jesús elegido para ser líder de la Iglesia naciente tiene una característica que nos invita a imitarle. Reconoce siempre en todo momento en Jesucristo el ser nuestro mesias y salvador.

La Cuaresma es un tiempo en el que a través de ejercicios espirituales y obras de misericordia nos preparamos para la Pascua. No hay mejor manera de hacerlo que reconociendo todos los días y reafirmandolo con nuestras obras que Jesús es el hijo de Dios enviado para salvar la humanidad entera. Digamos hoy con Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». 
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Quien pierda su vida por mí, ése la salvará

Todo ser humano tiene aspiraciones y anhelos. Nos sentimos inclinados a poner nuestras esperanzas en las cosas de este mundo. Pensamos que vivir plenamente es tener éxito económico, afectivo y sociales. Queremos tener casa, dinero, prestigio, fama y ser admirados por todos. ¿Esto satisface plenamente el alma?

En las ensañazas divinas se intenta no “satanizar” las cosas de este mundo. Lo que se trata de revelar al corazón de los hombres es que si ponemos nuestra confianza en las cosas materiales estamos engañados porque todo lo que existe pasa. 

El Señor nos invita a construir nuestra vida en lo que no perece que es el amor de Dios. Nos invita ha renunciar a toda forma de idolatría y acogernos al maravilloso plan de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,22-25): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

El mismo hecho de pensar que esta palabra no tiene que ver con nosotros nos acusa y denuncia. Ser “fariseo” es pensar, entre otras cosas, que me salvó cumpliendo con leyes externas. Por ejemplo, el Fariseo piensa que si va a misa los domingos es un hombre o mujer buena pero vive creyéndose mejor que los demás. 

Los fariseos se autodenominan puros y buenos, ¿te crees mejor que los demás? ¿Vives pensando que la palabra de Dios debiera escucharla tu esposo o esposa, tu familia, tus amigos ya que tú no necesitas de ella? 
¡Basta ya de actitudes farisaicas! Lo que necesitamos todos, incluyendo especialmente a los que se creen buenos y superiores, es convertirnos de verdad. Nadie puede atribuirse así mismo bondad o santidad. Todos somos pecadores y dejemos de juzgar a los demás. No usemos la fe como arma para acusar a los demás. Seamos humildes.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,1-13): En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. 
Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres». Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte’. Pero vosotros decís: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro “Korbán” -es decir: ofrenda-’, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas».

Pídeme lo que quieras y te lo daré

Jesús tuvo mucha fama cuando le tocó caminar sobre esta tierra. Su fama se había extendido por toda Galilea y esto atemorizaba a los poderosos de su tiempo. Le comparaban con Juan El Bautista, su primo, que murió en manos de Herodes.

Este líder y poderoso de su tiempo le dijo a la hija de su esposa (concubina de su hermano) que “le pidiera lo que quisiera”. Piensa que tiene poder para todo. Es el gran engaño de los que tienen poder temporal. Con esta frase “pídeme lo que quieras” demuestra su gran engaño. Solo Dios puede dar al hombre lo que realmente necesita: vida. Herodes solo puede dar muerte.

Estamos invitados a ser hoy ha renunciar a nuestras actitudes “herodianas”. Tenemos el orgullo y soberbia de pensar que podemos hacer lo que nos de la gana. Al hacerlo, no nos damos cuenta, que nos auto condenamos. Seamos como Juan El Bautista. Dejemos que sea Dios el que lleve nuestra vida con humildad y amor. Solo así seremos más grandes y poderosos que mis líderes y fuertes de este mundo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,14-29): En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 
Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos

Jesús, nuestro Señor y Mesías, fue enviado a la tierra con una misión muy concreta: salvarnos. Dios en su inmensa misericordia nos envió a su hijo para que en Él pudiéramos alcanzar salvación y perdón. 

El Señor no hizo este trabajo solo. Después de transformar la vida de sus más cercanos los envió a predicar y así participar también de su misión.

Hoy el Señor también nos envía a nuestra familia, amigos, compañeros y todos aquellos que encontremos en nuestro camino. ¡Ánimo! Sonó enviados por Jesús con su poder y espíritu.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,7-13): En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio

El profetismo es importante para la relación nuestra con Dios. Todos los que tenemos Fe o estamos abiertos a tenerla necesitan de un profeta que le hable o anuncie de parte de Dios. Es gracias al profeta que se siente la presencia del Señor entre nosotros.

El gran dilema es que mucho pueden caer en el error de rechazar al profeta. Esto se debe a que como el profeta anuncia y denuncia puede hacerse incómodo para aquellos que les gusta el anuncio pero no la denuncia.

Aceptemos lo que el profeta que Dios ha puesto en nuestra vida (presbítero, catequista, padre o madre, amigo) nos tiene que decir. Dejemos aún lado nuestros bloqueos y dejemos que la acción de Dios senadora actúe a través de sus siervos.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.

Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz

Jesús, como buen judío, cumplió fielmente la ley del Señor. Esto lo aprendió de sus padres aquí en la tierra. Ellos, como dictan las prescripciones dadas al pueblo de Dios, presentaron a Jesús en el templo. Este hecho se convirtió en uno de gran trascendencia.

Contemplar la palabra de Dios cumplida de nuestra vida es una de las más hermosas visiones. Es un hecho de altísimo valor. Es lo que le pasó a Simeón y por eso su expresión de que ya estaba listo para morir.

Nosotros hoy también somos invitados a contemplar la palabra de Dios cumplida en nuestra vida. Dios nos ha dado familia, trabajo, momentos de alegría y también momentos de prueba que nos demuestran su amor y presencia. 

Hoy es un día propicio para hacer como Simeón: contemplar al Salvador presente en nuestra vida de día a día.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. 
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». 
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo

Hoy empezamos el día con una maravillosa palabra del Señor. Nuestra vida ha tendido un antes y después de conocer a Jesús. Es bueno recordar el antes para saber valorar el después.

Cuando estábamos fuera de la gracia del Señor nuestra vida era como alguien que camina entre los muertos. La vida no tenía sentido. Estábamos encadenados a nuestras pasiones y pecados. Vivíamos en la oscuridad.

El encuentro personal con Jesús nos hace cambiar radicalmente. Empezamos a vivir una vida de salud física y mental. El Señor rompe las cadenas de nuestras esclavitudes y nos hace ser libres. ¿Qué debemos hacer?

Pues empezemos con dar testimonio todos los días de la obra de misericordia que el Señor hizo con nosotros. Somos testigos del amor de Dios. No nos cansemos de hablar de las maravillas que ha hecho en nuestra vida.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,1-20): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. 
Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. 
Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.