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El más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él

La elección de Dios supera toda lógica humana. En un mundo donde todos nos esforzamos por ser mejores, superar a los demás, en definitiva, competir por los primeros lugares en la sociedad, Dios nos ha dado un nuevo tipo de ser en esta vida.

Los pequeños son los preferidos del Señor. Al punto que le ha dado mayor dignidad que a profetas. Estos pequeños son símbolo de aquellos cristianos que buscan ocupar el último lugar, servir a los demás y poner en práctica la palabra.

El Señor nos invita a ser pequeños. Nos pide que renunciemos a nuestras grandes aspiraciones terrenales y nos apoyemos en Él para realizar su proyecto de salvación. Lo demás, se nos dará por añadidura.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».

Sabiendo que era hombre justo y santo

Juan El Bautista fue un profeta de Dios. Fue el encargado de preparar los corazones de los hombres y mujeres de su tiempo para recibir al Señor como Mesías. Su modo de vida era la encarnación de su mensaje. Como nazir o consagrado de Dios predicaba la conversión y bautizó en agua a miles, incluyendo al Señor en el río Jordan. ¿Como se relaciona este noble hombre con nosotros?

Muchos de nosotros vivimos la vida en tibieza. Esto quiere decir que no somos radicales en el cumplimiento del evangelio. Es por eso que nadie nos persigue no nos acusa. Somos mundanos. Nos ocupamos de las cosas de Dios cuando no tenemos nada “más importante” que hacer. Es decir, no somos cristianos de Fe adulta.

Juan El Bautista es uno capaz de dar la vida por su Fe. ¿Qué piensas? ¿Acaso esto es solo para los pocos “locos” que se hacen radicales por el amor a Dios? Mis queridos hermanos, esta llamada es para todos los cristianos. Todos estamos llamados a la santidad. Tenemos una vocación al martirio de sangre si fuera necesario. ¿Tú estarías dispuesto? Ciertamente no somos capaces, pero en Dios todo es posible. Esa es la radicalidad que provoca en nosotros la perfecta alegría. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,17-29): En aquel tiempo, Herodes había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 

Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres

Todos tenemos nuestras visiones personales de lo que debe ser la vida y todas sus realidades. Estamos llenos de conceptos, teorías y prácticas elaboradas por nuestras experiencias personales y lo que hemos aprendido de otros. Es por eso que algunas ocasiones proyectamos nuestras ideas de lo que debe ser el cristianismo y los cristianos.

Por ejemplo, muchos piensan que ser buen cristiano es ir a misa y casarse por la Iglesia. Sin embargo, Jesús es el primero en decir que si tienes algún tema o discordia no resuelta con un prójimo, deja tu ofrenda en el altar y ve primero a reconciliarte. Con estas frases Jesús pone el énfasis en una experiencia cristiana de obras de vida de eterna basadas en el amor. 

Ante la pregunta de quién es Él, sus apóstoles le llaman Cristo pero no entienden lo que esto significa. Ser cristiano es amar al enemigo y dar la vida por lo de demás. Ser cristiano es compartir con Jesús la pasión y la resurrección. Ser cristiano es morir por los demás para poder luego resucitar en Cristo. ¿Ahora entiendes? ¿Estás dispuesto a ser otro Cristo en la tierra? ¿Quieres ser un verdadero cristiano? Pues escuchar esta palabra y ponla en práctica. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 8,27-33): En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo». 
Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Yo soy voz del que clama en el desierto

Todos hemos tenido momentos en los que alguien nos ha hablado de Dios o de parte de Dios. Hombres o mujeres se nos han pasado al frente y sin ser casualidad han dejado huellas en nuestra vida. Son como ángeles o profetas de parte de Dios. Conviene preguntarnos, ¿los hemos acogido como tales?

Las autoridades judías en tiempo de Jesús no comprendieron lo que estaba pasando. Algunos inclusive pensaban que Juan El Bautista era el Mesías. Al final, quedaron confundidos hasta nuestros días. 

Hoy el Señor quiere que no nos pase como a los fariseos y escribas. Este día es momento propicio para que reconozcamos en nuestros Pastores, sacerdotes o catequistas, ha enviados legítimos de Dios. Amemos a nuestros profetas que el Señor ha suscitado para ser instrumentos de divinos en orden de nuestra salvación.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 1,19-28): Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». 
Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Él dio testimonio de la verdad

En tiempo de navidad esperamos renovar el nacimiento de Jesús en nuestros corazones. Esperamos la venida del Señor a nuestra vida, ¿para qué es importante vivir en plenitud estos tiempos litúrgicos?

El Señor, por nuestro bautismo, nos constituye en testigos de su amor. María, la humilde esclava de Dios, cantaba las maravillas de Dios. ¡Qué grande es el Amor de Dios! ¡Qué maravillosa su obra en nosotros! Vivamos en alegría y felicidad plena. No es tiempo para la tristeza. Este es el momento de vivir según la voluntad de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 5,33-36): En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí».

He aquí que envío mi mensajero delante de ti

Dios siempre provee profetas a nuestra vida. Un catequista, tu párroco, un amigo, un vecino o familiar que en algún momento el Señor pone sus palabras en la boca para darte una palabra. ¿Aceptas siempre la palabra que viene de Él a través de personas que pone en tu camino?

Todos tenemos nuestro Juan El Bautista. Tenemos personas que nos molestan con su “profetismo” pero que realmente vienen de parte de Dios. Animo, que el Espíritu Santo nos ayude a tener oído y corazón abiertos a las palabras y acciones divinas. 

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,24-30): Cuando los mensajeros de Juan se alejaron, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él».
Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre ellos.

Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído

El tiempo litúrgico de adviento subraya un aspecto de la vida cristiana: la escatología. Todo cristiano espera la segunda venida del Señor. Grita en la Eucartistia y todos los días: ¡Ven Señor Jesús! Sabe muy bien que su esperanza y Fe está centrada en la seguridad que por el amor de Dios vendrán cielos nuevos y tierra nueva. ¿Y por qué todo buen cristiano tiene esta aspiración escatológica? Pues porque ha sido testigo de las maravillas de Dios.

Hoy debemos contemplar en nuestra vida las maravillas que Dios ha hecho. Hoy es momento propicio para reconocer en Jesús al hijo único de Dios y salvador nuestro. Hoy es bueno reconocer el inmenso amor que Dios nos tiene. De ahí viene la alegría cristiana. Ese es el origen de nuestra felicidad eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,19-23): En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Llegando donde Él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’». 
En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».

Era hombre justo y santo

La historia de la humanidad está llena de hombres y mujeres que han dado hasta su vida por su coherencia entre Fe y vida. El mundo hoy necesita de seres humanos así. En una situación mundial donde todo es relativo se hace cada vez más  necesario el testimonio valiente frente a los peligros que enfrentan las buenas costumbres.

Juan El Bautista fue un hombre elegido por Dios. Un verdadero profeta que dio testimonio valiente de su Fe, iluminando con sus obras todas las realidades, incluyendo las políticas. Se tiene que ser muy valiente para para decirle al hombre más poderoso de su tiempo que está equivocado. Eso solo lo da la fuerza de la Fe. ¿Tú harías los mismo?

¡Ànimo! Que apoyados en la fuerza de Dios es que podemos hacer semejantes hazañas. Dios contigo, ¿quién contra ti?

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,17-29): En aquel tiempo, Herodes había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 
Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista».El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Pídeme lo que quieras y te lo daré

Jesús tuvo mucha fama cuando le tocó caminar sobre esta tierra. Su fama se había extendido por toda Galilea y esto atemorizaba a los poderosos de su tiempo. Le comparaban con Juan El Bautista, su primo, que murió en manos de Herodes.

Este líder y poderoso de su tiempo le dijo a la hija de su esposa (concubina de su hermano) que “le pidiera lo que quisiera”. Piensa que tiene poder para todo. Es el gran engaño de los que tienen poder temporal. Con esta frase “pídeme lo que quieras” demuestra su gran engaño. Solo Dios puede dar al hombre lo que realmente necesita: vida. Herodes solo puede dar muerte.

Estamos invitados a ser hoy ha renunciar a nuestras actitudes “herodianas”. Tenemos el orgullo y soberbia de pensar que podemos hacer lo que nos de la gana. Al hacerlo, no nos damos cuenta, que nos auto condenamos. Seamos como Juan El Bautista. Dejemos que sea Dios el que lleve nuestra vida con humildad y amor. Solo así seremos más grandes y poderosos que mis líderes y fuertes de este mundo.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,14-29): En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 
Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios

Estamos en espera de celebrar la solemnidad del nacimiento de Jesús nuestro Señor. Su encarnación humilde nos llama a despertar la esperanza y la alegría. Estamos en tiempo donde está “prohibido” estar triste. ¡Ánimo!

¿Qué significa celebrar hoy el nacimiento del Enmanuel? Pues que debemos hoy bendecir a Dios por TODO lo que nos ha permitido vivir en esta año. Dios es ciertamente bueno con nosotros.

Zacarías, el papá de Juan el Bautista, en un momento dudó de la misericordia y poder de Dios. Pensó que ser viejo y estéril era un impedimento para hacer la voluntad de Dios. Al momento de su duda quedó mudo como un símbolo de que no alababa a Dios con su actitud. 

La Navidad es tiempo de bendecir. Hablemos bien de Dios para poder ver luego el gran poder de Dios que actúa siempre. ¡Es tiempo de bendecir! Alaba a Dios. Este año ha sido bueno. El que viene será mejor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,57-66): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues, ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.