Archivo por meses: noviembre 2017

Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación

La palabra de Dios hace referencia constante a la segunda venida de Cristo. Es común ver en vallas, paredes, letreros y material publicitario diverso muchas advertencias relativas a la inminente venida del Señor. A este mensaje se le acompaña siempre con un llamado a conversión. ¿Debes tener y hacer caso a estas “amenazas” divinas?

Lo cierto es que Dios, a través de Jesús, viene todos los días a nuestra vida. Es por eso que somos invitados a tener una actitud escatológica, es decir, estar pendiente a la manifestación cotidiana del amor de Dios en nuestra vida. Es precisamente esa postura cristiana la que nos prepara para la muerte o la “inminente” venida del Señor.

Hoy es un día ideal para aceptar los padecimientos diarios. Son muchos los que nos calumnian y levantan falsos testimonios de nosotros. También en esos momentos de sufrimiento, viene el Señor con potencia a salvarnos y darnos la vida.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros».

Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».

Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios

¡Cuántas maravillas ha obrado Dios en nosotros! Estemos concientes o no de la acción de Dios en nuestra vida, lo cierto es que en todo momento el Señor realiza obras grandes en nosotros. Nos ha dado en don de la vida, un propósito, una familia, un trabajo o estudio donde apoyarnos, amigos y otras cosas más. Lo lamentable es que a pesar de todo eso, muchas veces somos unos malagradecidos.

Jesús una vez curó diez leprosos y solo uno volvió para dar gloria a Dios. Es decir, los otros nueve… ¿qué buscaban? Solo su interés personal. Buscaban de forma egoísta el milagro físico pero se olvidaron del mayor de los milagros: el moral.

Jesús puede tocar nuestros corazones y transformar nuestras vidas. El puede hacer de nosotros personas sanas que alaben a Dios en todo momento. La Fe es encontrarse en lo profundo del corazón con el amor de Dios. ¿Reconoces a Jesús como tú Mesías y salvador? Vuélvete a Dios hoy y canta las maravillas de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,11-19): Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».

Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».

Somos simples servidores

¿Por qué nos afanamos todos los días en tantas cosas? Dicen los expertos en motivación humana que en la raíz de toda acción humana está una búsqueda por la autorealización, es decir, de sentir que nuestra vida tiene sentido e importancia. Esta realidad no es en esencia mala. Sin embargo, para temas de la Fe tenemos que tener algunas preocupaciones.

Tenemos el peligro de buscar nuestra satisfacción personal hasta en los asuntos santos. Predicamos, hacemos algún servicio o damos alguna ayuda material simplemente por el afán de ser reconocidos. Esto no es amar a Dios y al prójimo. En el fondo nos buscamos a nosotros mismo, perseguimos nuestra autorreización y por tanto podemos caer en el egoísmo.

Hoy somos invitados a servir sin interés de ser reconocidos por nadie y en nada. Servimos a los demás porque el mismo Jesús nos ha servido, amándonos de tal manera que ha entregado su vida por nosotros. Aprendamos de Él, que ocupó el último mediante el servicio humilde y sin pretensiones vanas. Pidamos a Dios la gracia de parecernos cada vez más a nuestro Señor Jesús.

Leer:

Evangelio según San Lucas 17,7-10

El Señor dijó:
«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’?
¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’?

¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’.»

Si tu hermano peca, repréndele

Seamos sinceros, ¿cuál es nuestro comportamiento cuando vemos a alguien pecando o haciendo algo mal? Juzgarle y murmurarle. Es decir, empezamos a chismear con los demás hablando mal de ese o esa que está cometiendo algo indebido según nuestros esquemas.

Es por eso que Jesucristo da una palabra. Mayor es el pecado de aquel que en vez de corregir fraternalmente al hermano o hermana se pone murmurar y el chismear.

Los trabajos, ambientes familiares e inclusive eclesiales están llenos de chisme, murmuración y acusaciones infundadas. ¡Qué pena que hasta en lo interno de la Iglesia de dan estos desvaríos!

El Señor te manda hoy enérgicamente a que si ves alguien que está actuando en descomunion con las enseñanzas del evangelio, hables con él o ella a solas y como nos enseñó Jesús le corrijas con amor porque a ti Dios te ha tratado con amor siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.

»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».

Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».

Dame cuenta de tu administración

Todos somos simples administradores de los bienes materiales y espirituales que el Señor nos ha regalado. Los hijos, el dinero, los afectos, en fin, todos son dones de Dios de los cuales tendremos que rendir cuentas. Estamos llamados a ser buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.

Los malos administradores llevan su encargo con astucia y malicia. Administran para provecho propio, es decir, los bienes son un fin en sí mismos a los que le piden la vida.

Los hijos de la luz estamos llamados a estar en este mundo usando libremente los bienes para edificar una mansión en el cielo. Como buenos administradores, con nuestros bienes damos de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, en definitiva, administramos con amor los bienes de Dios. Seamos buenos administradores según el Espíritu del Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre

Lo que hemos comprobado en la historia de la humanidad es que podemos pervertir o degenerar la religión. Esto quiere decir que algo que puede ser bueno, los hombres podemos transfórmalo en malo. Pastores, líderes religiosos y carismáticos se han aprovechado de las personas por siglos haciendo un negocio de los asuntos sagrados.

Alguno pensará que eso no sucede en su Iglesia. ¡Cuidado! Tenemos que estar vigilantes, porque la debilidad humana existe y debemos luchar contra la tentación de hacer un negocio con lo sagrado.

Una forma de cuidarse es hacer incapie en que la santidad se da en nuestros corazones y que acoger a Cristo supone un acto de amor e iniciativa de Dios. Los profetas de Dios no cobran por llevar el mensaje de salvación y mucho menos fomentan el odio o vinculan su labor a negocio alguno.

El Señor nos llama a ser templos del Espíritu Santo, donde habite el amor, perdón y compromiso libre con Dios.

Leer:

Jn 2,13-22: Hablaba del templo de su cuerpo.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

–«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

–«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:

–«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron:

–«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Los seres humanos buscamos la felicidad. Hemos sido creados para vivir plenamente y concretar proyectos y sueños. Hay en nosotros un impulso que nos hace busca la realización emocional, afectiva, profesional y económica. Mas sin embargo, ¿por qué hay personas millonarias y famosas que se suicidan? ¿No será que no basta con eso?

Jesús, que ha venido a salvar y dar la vida, nos muestra el camino de la verdadera felicidad. Nos dice que el apego desordenado a los bienes de este mundo (afectivos, económicos y laborales) no ayudan a construir la felicidad de nadie. Al contrario, pueden ser un impedimento serio al proyecto de salvación del Señor.

Busquemos la vida en las cosas verdaderas y eternas. Para se feliz basta con aceptar nuestra historia reconociéndola como una bendición. Es vivir en libertad nuestra relación con el dinero y los demás bienes. Es amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso

Estoy leyendo un libro que se llama Homo Deus. El mismo plantea una tesis, entre otras, muy interesante: el ser humano pueden vencer la muerte. En dicho escrito, el autor plantea que si hemos podido duplicar la esperanza de vida en los últimos cien años, ¿por qué no podría duplicarlo en los próximo cien y dar la oportunidad que vivamos hasta 150 años o más? En el fondo, dicha afirmación nos pone a reflexionar sobre uno de los elementos fundamentales de la historia de la humanidad: la muerte.

Todos tenemos miedo a lo desconocido. Me parece que en este amplio repertorio, la muerte se lleva el primer lugar. Morir es dejar de existir, de ser, de respirar, de experimentar lo único que conocemos, que es vivir. Todos queremos vivir. Nadie quiere morir. Es por eso que la gran lucha de todos los tiempos es como buscar la manera de seguir viviendo.

Cristo, mediante su muerte, ha dado respuesta a esta gran inquietud humana. Él, desde la cruz, ha destruido el peor mal al que nos podemos enfrentar: la muerte. Jesús no fue vencido por la muerte. Él resucitó y está vivo, sanando, curando y salvando de la muerte a todos los que se creen su mensaje de salvación. ¡Ánimo! La muerte ha sido vencida en Jesucristo. No más lutos,, ni llantos, ni pesares… ¡Cristo ha resucitado!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Bienaventurados los pobres de espíritu

En el origen de todas las filosofías e ideologías está la búsqueda permanentes del ser humano de sentido en su vida, de felicidad.

Todo lo que hacemos tiende a esa aspiración. Todos queremos ser felices y trabajamos, estudiamls y nos relacionamos para alcanzar la felicidad. ¿Cuál es la propuesta de Jesús?

Lo primero es reconocer que la felicidad no la dan las cosas o la ausencia de sufrimiento. Esto es aspirar a un ideal irrealizable. Si algo es propio de la naturaleza humana es el sufrir y lo perecedero de los bienes materiales y afectivos. Todo pasa. Todo se muda. Nada es eterno. Entonces, ¿como podemos ser dichosos?

Si, luego de reconocer que somos pobres y necesitamos de ayuda, buscarla donde se encuentra. Jesús ofrece una dicha o felicidad fruto de aquellos que reconocen en Dios la fuente de todo bien. Tener una experiencia personal con el Señor y recibir de Él la gracia de contemplar la historia personal como una bendición… ahí radica la felicidad plena. Debes repetir hoy, en tu corazón, la siguiente afirmación: Dios lo ha hecho todo bien en mi vida. Si lo dices creyéndolo de verdad te invadirá la felicidad más grande que se pueda experimentar. ¡Ánimo! ¡Dios te ama y lo ha hecho todo bien!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,1-12a): En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».