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Hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola

Vivimos afanados y preocupados todos los días. Estamos en un continuo esfuerzo diario por tener más cosas y alcanzar nuestras metas materiales. En medio de tanto ajetreo, existe el peligro de descuidar lo más importante: Dios

Los cristianos somos aquellos que centramos nuestro corazón en el Señor. Estamos siempre en la presencia divina y desde ahí podemos vivir en plenitud. Nada está por encima de la voluntad de Dios. Nadie puede alejarnos el amor del Señor.

No caigamos en la tentación de centrar nuestra vida en las cosas que perecen. Busquemos siempre los bienes divinos. Lo demás vendrá por añadidura. Amén.

Leer:
Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre

En el mundo convivimos todo tipo de seres humanos. Dice la revelación que como consecuencia del pecado original todos los hombres están sujetos al pecado, a la debilidad y a la tentación de caer en el mal. Dice San Juan en sus cartas que todos hemos pecado, que el que dice que no es un mentiroso. Entonces, ¿quién podrá salvarse?

El Señor nos invita a ser buena tierra. Nos dice que debemos acoger la semilla de la palabra de Dios y dar frutos. Nos invita a renunciar a las ambiciones materiales, al afán por hacer prevalecer nuestras ideas por encima de los demás y aceptar la historia que Dios nos está regalando. Nos invita a la humildad, a la sencillez y a la alabanza.

Recordemos que somos llamados a ser verdaderos hijos de Dios. Hombres y mujeres que ponen en práctica la palabra divina. Si lo hacemos así estaremos viviendo desde aquí el reino de los Cielos. ¡Adelante!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 13,36-43): En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo

Perdonar todos los días la ofensa recibida, reconciliarte con aquellos con no te has entendido bien, dar la razón a quien pleitea contigo son simples gestos diarios que van construyendo poco a poco el reino de los cielos en nuestras vidas. ¿Te lo crees?

En la pequeñez de las acciones cristianas diarias está la clave para que el reino de Dios se haga presente. Los cristianos son capaces de renunciar a todo con tal de tener a Dios en su corazón. No es importante ni nuestro honor, nuestras riquezas o nuestra fama. Lo más importante es amar como Dios nos ama.

Dejemos que el reino de Dios se haga presente en nuestro corazón. Pidamos al Señor que todos los días, en los pequeños detalles, seamos verdaderos hijos de Dios. Apoyemos nuestra debilidad en la fortaleza de nuestro Dios. Amén.

Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.

El que oye la Palabra y la comprende

El que oye la palabra de Dios y no la pone en práctica es como una semilla que no prende en un campo. Escuchar la voluntad de Dios y terminar haciendo lo contrario es como renunciar al proyecto de salvación que el Señor tiene con cada uno de nosotros.

En la vida se nos presentan muchos impedimentos para poner en práctica la palabra de Dios. Uno de ellos son las preocupaciones de cada día. También están el afán por las riquezas. Por otro lado está nuestra falta de perseverancia. En fin, siempre tenemos algo “más impórtente” que hacer con nuestra vida.

Hoy, el Señor nos invita a poner en práctica su palabra. A no caer en las tentaciones de este mundo. A poner nuestra vida en manos de Dios. Solo así podremos dar frutos de amor y paz. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 13,18-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».

A quien tiene se le dará y le sobrará

Estamos llamados a purificar nuestra intención. Es decir, que realmente queramos hacer la voluntad de Dios. Nuestro corazón manifesta con las acciones lo que desea y lamentablemente tenemos momentos en los que no queremos hacer la voluntad de Dios.

El Señor habla de que algunos “oyendo no escuchan”. Esto quiere decir que no tienen la intención de escuchar. Ya están predispuesto. Aunque se les explique bien en el fondo no quieren entender. Ya tienes sus ideas fijas que no están dispuestos a cambiar.

De esa misma manera les pasa a aquellos que sabiendo lo que deben hacer como cristianos no están dispuestos a poner en práctica la palabra de Dios. No seamos así. Escuchemos la voz de Dios con rectitud de intención. Estemos siempre dispuestos a cumplir la voluntad de Dios. Es la única manera de alcanzar vida eterna. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 13,10-17): En aquel tiempo, acercándose los discípulos dijeron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’.

»¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

En algunas ocasiones nos quedamos sentados y llorando. Contemplamos a nuestro alrededor las dificultades y problemas. Nos centramos en el “vaso medio vacío” y nos entra una tristeza enorme.

Es por eso que Jesús se nos quiere aparecer hoy resucitado, vencedor de la muerte. Nuestro Señor no quiere que nos quedemos en la tragedia. Nuestro Dios permite las pruebas para que podamos crecer espiritualmente, fortalecer nuestro ser interior y descubrir la única verdad: sólo Dios basta.

Hoy necesitamos tener un corazón abierto a Dios. Tener una mirada espiritual que nos permita ver al resucitado en los espacios en que nos encontremos. Lo fundamental de un cristiano es la experiencia de encuentro personal y profundo con el resucitado. Vivamos día a día de esa experiencia. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».

Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

La voluntad de Dios está por encima de nuestra voluntad. Nuestro Señor quiere siempre algo mucho mejor para nosotros que lo que podemos imaginar. En nuestra limitaciones caemos en el error de proyectar una vida según nuestros esquemas. Dios supera cualquier esquema humano.

Nuestro Señor nos hace un llamado enérgico a ser y actuar como cristianos. Es decir, nuestro Dios nos invita a poner en práctica su palabra para poder ser verdaderamente felices y miembros plenos del pueblo de Dios. Cristianos son aquellos que actúan como tales.

Pidamos a Dios que nos conceda la docilidad y la humildad para poner en práctica la palabra de vida que se ha manifestado en Jesucristo. Somos invitados a recorrer el camino de la salvación que conduce a la vida eterna. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás

La situación está muy difícil. La pandemia sigue en crecimiento y sus consecuencias nos afectan a todos. Esto produce una sensación de desesperanza. Pedimos a Dios una señal de que todo mejorará, ¿en qué consiste dicha señal?

Dios ha mostrado su misericordia en Jesucristo. Nuestro señor Jesús nos enseñó el camino cuando en medio de la pasión dijo: “hágase tu voluntad”. Aceptó la historia que Dios estaba haciendo con Él. Como consecuencia la señal se hizo visible: Jesús entró en la muerte y luego resucitó de entre los muertos.

La gran señal del amor de Dios es que nos muestra en Jesucristo la victoria sobre la muerte. No hay otra. Al final nuestro Dios nos liberará de todo peligro y entraremos en su presencia salvadora. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 12,38-42): En aquel tiempo, le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti». Mas Él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón».

Misericordia quiero y no sacrificio

El cristianismo no es una religión. No es un conjunto de normas y doctrinas que debemos cumplir al pie de la letra. La experiencia cristiana es algo mucho mejor que eso.

El cristianismo es un encuentro personal con Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, que nos hace libres. Esta libertad se expresa en la forma como abordamos los temas y actuamos en la vida. Nuestra ley es el amor. Nuestra acción se concretiza en la misericordia que tenemos con nuestro prójimo. Cumplir la ley es amar a todos incluyendo a nuestros enemigos.

No reduzcamos nuestra fe a una ideología que divide y fomenta el odio. Seamos como nuestro Señor que amó hasta el extremo y bendijo a todos incluyendo a aquellos que le adversário o mataron. Dios nos ama, amemos a los demás de a misma manera. ¡Amén!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 12,1-8): En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

Mi yugo es suave y mi carga ligera

¿Puede un yugo ser ligero? ¿Acaso las cargas que tenemos que llevar siempre son pesadas? ¿Cómo es posible que Jesús los diga que los sufrimientos, miedos y preocupaciones que tenemos día a día son “suaves”?

En nuestra poca fe, podemos caer todos los días en la desesperación. Ahora no sabemos cuándo terminará esto del coronavirus. Estamos cansados de tanta incertidumbre. La situación económica nos abruma. Parecería que no existe un futuro mejor.

En medio de tanto agobio, se registe de mayor sentido e importancia nuestra experiencia de Dios. Nuestro Señor es aquel que nos ama y por tanto permite acontecimientos que nos hacen ver su amor. Como se dice popularmente “todo obra para bien”. En él confinamiento podemos aprender que todo es precario en la vida, que las cosas realmente importantes son las más sencillas y que la oración lo sana todo.

¡Ánimo! Estamos viviendo un tiempo de KAIROS o momento favorable para intimar con Dios y desde una renovada experiencia espiritual aceptar con gozo todo lo que nuestro Señor nos regala.

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».