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¿Qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?

La fuente del amor es Dios. No existe la posibilidad de amar verdaderamte si no amamos a Dios con todo el corazón, con toda el almas y con todas las fuerzas. Es por eso que el camino de la vida plena pasa por renunciar a los ídolos de este mundo y acogernos al Señor.

La búsqueda de la felicidad es lo más importante. Nadie quiere vivir es un sin sentido y tristeza constante. Es correcto preguntarle al que todo lo puede que nos muestra el camino de la verdadera felicidad. Dicho camino se fundamenta en tener a Dios como nuestro único amor.

¡Ánimo! Pidamos al Señor la gracia de amarle profundamente. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 19,16-22): En aquel tiempo, un joven se acercó a Jesús y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?». Él le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». «¿Cuáles?» —le dice él—. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?». Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme». Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.

Y se entristecieron mucho

Dios no quiere que estemos tristes. Nuestro Señor quiere que vivamos en plenitud. Él desea nuestra felicidad. ¿Por qué a veces no nos sentimos así como Dios quiere?

La realidad es que vivimos en el mundo pero no podemos ser del mundo. Es decir, cumplimos con todas las leyes, normas y exigencias de la tierra pero sabemos muy bien que nuestra felicidad verdadera consiste en hacer la voluntad de Dios, aún cuando ésta suponga renunciar a algo que queremos o nos gusta.

No estemos triste. Podamos nuestra confianza en el Señor y el nunca nos defraudará. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,22-27): En aquel tiempo, yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho.

Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?». Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?». Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».

¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!

Todos somos pecadores. No somos dignos de las gracias de Dios. Hemos incumplido la ley de Dios. Hemos, muchas veces, hecho con nuestra vida lo que nos da la gana. ¿Quién podrá salvarnos?

Precisaste Jesús vino por los débiles y pecadores. Nos ama profundamente. Nos perdona sin condiciones. Nos regala lo que podría darse a los buenos, a las personas mejores que nosotros.

Hoy podemos entrar en la felicidad de Dios porque él siempre nos acoge y nos abre su camino de salvación. Nunca dudemos del amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 15,21-28): En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: «¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Maestro, bueno es estarnos aquí

Ciertamente es bueno estar con el Señor. Estar en su presencia es una bendición. La oración nos permite estar en comunicación constante con nuestro creador y Señor.

El Señor es verdaderamente hijo de Dios, con la misma naturaleza que el padre. Y la buena noticia es que nos quiere dar participación de su misma naturaleza. Con su transfiguración nos anuncia nuestra propia transfiguración que nos permite amar a todos especialmente a aquellos que nos hacen algún mal.

Seremos transfigurados en el amor. Un amor que nos reconciliará con todos y con todo. Esto lo hará el Señor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,28-36): En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo

El Reino de los Cielos están en lo profundo de nuestro corazón. Dios está presente en todo lo que los rodea pero sobre todo en lo profundo de nuestra alma.

A través de la oración podemos hacer presente el Reino de los Cielos. La oración nos ayuda a desprendernos de todo lo material y acogernos a los espiritual.

Demos gracias a Dios por las innumerables bendiciones que quiere darnos siempre. ¡Ánimo!

Leer:

Evangelio según San Mateo 13,44-46.

Jesús dijo a la multitud:
“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.”

María ha elegido la parte buena

¿Cuál es la “parte buena” a la que hace referencia el Señor en el evangelio?

En la escritura hay dos hermanas que tienen dos actitudes distintas a la hora de relacionarse con el mundo y con Jesús. Una de ellas está muy atareada con las del día a día. Se parece a nosotros que estamos en un afán constante. La otra, sin embargo, está atenta a Jesús. El señor aprovech para dar una catequesis. Dice que lo mejor es la oración, es decir, que debemos estar siempre en una oración constante sabiendo que Dios está presente o guía nuestra vida.

Es importante tener una vida de oración. Experimentar una cercanía constante con nuestro Señor. De ahí nos viene la vida. No hay otro camino. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Cumplir la palabra de Dios es mucho más importante que oírla. De hecho, la palabra hebrea “Shemá” significa escuchar y poner en práctica la palabra de Dios. El pueblo de Israel no concibe escuchar la palabra de Dios separandola del hecho de cumplirla. Es decir, cuando alguien escucha la palabra de Dios debe ponerla en práctica.

Los cristianos a veces hacemos muchos escándalos. Nuestro comportamiento se distancia de lo que se espera de nuestra fe. La clave para que esto no ocurra es que pongamos en práctica la palabra. Que nuestro comportamiento sea coherente con lo que Dios dice.

Pidamos al Señor que nos ayude a hacer su voluntad siempre. Pidamos a Dios que nos de la gracia de poner en práctica su palabra. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Yo te bendigo, Padre

Dios es padre de todos aquellos que se hacen humildes y pequeños. Todo aquel que reconoce sus pecados y acepta el perdón de Dios. Son hijos de Dios todas las personas que quieren ser cristianos y están dispuestos a poner en práctica obras de amor y misericordia.

Reconocer a Dios como nuestro padre es fundamental. Es aceptar que nuestra conducta debe reflejar la naturaleza divina. Amar como Dios ama es comportarse como su hijo. ¿Estás dispuesto? ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,25-27): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará

El amor a Dios supera todo. Los bienes materiales y afectivos nunca estarán por encima de lo que Dios debería representar en nuestras vidas. Su amor a nosotros y su misericordia nos hace amar las cosas en su justa dimensión. Su amor purifica la relación que podemos tener con las cosas de este mundo.

Cuando nos liberamos de las esclavitudes que construimos con los ídolos de este mundo, nos encontramos ligeros de equipaje y prestos a hacer la voluntad de Dios. La evangelización es la labor para importarse qué podemos hacer. La voluntad de Dios es que demos la vida por todos. Que anunciemos el amor de Dios. ¿Estás dispuesto? ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,34–11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado

La fe se suscita en el momento en que tenemmos un encuentro personal con el Señor. Este encuentro se concretiza cuando nos convertimos en testigos del amor de Dios. En el mismo instante cuando en nuestra vida se realiza el milagro de la conversión.

¡Hemos resucitado! Nos hemos levantado de la muerte. Con el perdón de nuestros pecados, Dios nos ha hecho hijos suyos. Semejantes a su hijo Jesucristo que lo sana todo y lo transformar todo.

Dejemos que Jesús nos ayude a salir del pecado y seamos introducidos en la vida que no acaba nunca.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.