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Señor mío y Dios mío

Vivimos en un mundo de mentalidad científica y tecnológica, ¿qué significa eso? Que luego de tantos avances sociales, económicos y científicos, la humildad entiende que todo lo que es verdadero debe ser sometido a la prueba empírica o evidencia física. Los hombres y mujeres de este tiempo solo creen lo que pueden ver o comprobar por el método científico. 

Es por eso que ha muchos ya les parece absurda la Fe. Piensan que la religión es algo de incultos y hace referencia a una época medieval oscura y retrógrada.  Por ejemplo, países nórdicos de Europa proclaman como un logro la gran cantidad de ateos de sus países. Mucho hablan de la primera generación joven de la historia en no creer en Dios.

Para iluminar esta realidad, Dios permitió que Tomás, el apóstol que acompañó a Jesuús, pudiera darnos su experiencia de hace dos mío años. Este discípulo de Jesús no estuvo presente el día de la aparición del Señor a los apóstoles luego de la resurrección. Es decir, no vió ni tocó al Señor. Al contarle la experiencia sus demás colegas en lo quiso creer. Lo mismo que en estos tiempos. Oímos el testimonio de algunos cristianos y no le creemos. Nos parecen fanáticos carentes de toda racionalidad. Pero, oh sorpresa! Jesús se le parece mostrándole sus llagas e invitándole a tocarle. Esto es símbolo de lo que hace todavía hoy Jesús. Nos muestra, de diversas maneras, su amor infinito. Nos invita a tocarle en los sacramentos, los acontecimientos diarios y en el testimonio de hermanos que han experimentado su presencia en sus vidas. 

Hoy el Señor te invita a verlo y tocarle. Hoy se nos aparece vivo y cercano. Hoy Jesús te dice te amo y muero nuevamente para que tú puedas creer y tener vida eterna. ¡Ánimo! ¡Dios te ama!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». 
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

No es un Dios de muertos, sino de vivos

Una de las esperanzas fundamentales de la fe cristiana es la creencia en la resurrección de los muertos. Es decir, que todos los que creemos en Cristo también estamos seguros que luego de nuestra muerte física iremos con Él al cielo (si así es la voluntad de Dios). ¿Esto tiene alguna dificultad?

Algunas veces, cuando estamos en duda, tentación o sufrimiento, nos puede venir una crisis de Fe. El ser humano del siglo XXI solo quiere creer en lo que ve y toca. Pensamos que algo es verdadero si se puede comprobar científicamente. También hace siglos se daban las mismas dudas y creencias distintas entre los que creen en Dios. ¿Cómo podemos creer en algo que nunca hemos visto?

El Señor nos ha permitido experimentar la resurrección desde ahora. Muchos hemos estado muertos ontologicamente. Es decir, hemos estado muertos por nuestros pescados y experimentado en algún momento tristeza, odio, rechazó, soledad o algún tipo de vacío existencial. De esa realidad Dios nos ha sacado. Nos ha liberado de la muerte fruto del pecado y hoy podemos decir que Dios nos ama. ¿Cómo puede alguien amarnos y dejarnos en la muerte? Pues Dios jamás permitirá que nuestro ser termine en la nada sin fin. 

Hermanos, ¡Cristo ha resucitado! Y nos hace partícipes de su resurrección. ¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria! La muere ha sido vencida. ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 12,18-27): En aquel tiempo, se le acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer».
Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error».

Nadie va al Padre sino por mí

La vida nos pone en muchos escenarios. Mientras vamos caminando en este recorrido de la vida, experimentamos sueños, anhelos y deseos. En medio de tanto afán, necesitamos apoyos y ayudas. Dios no es ajeno a nuestros problemas y por tanto nos envía a un mesías y salvador: Jesucristo.

Es decir, Dios Padre, que nos ama profundamente, nos envía a su hijo para salvarnos. Si queremos conocer el amor de Dios, debemos contemplar al Señor. En Jesucristo descubrimos el verdadero rostro de Dios de amor, misericordia y perdón.

La resurrección es abrirse a esta experiencia de Fe. Dios es padre y como tal nos cuida muchísimo! Este día es para ser feliz! Animo! Dios siempre con nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 14,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí».

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre

Los cristianos no seguimos a un simple mortal. Nuestra esperanza y Fe no están puestas en un proyecto humano. Creemos en Jesús porque hemos experimentado que Él ha venido de Dios Padre para salvarnos de la muerte. Su más importante obra en nosotros ha sido su victoria sobre la muerte, es decir, su resurrección.

Muchas veces nosotros, sus seguidores o discípulos, dudamos del poder de Jesús. En algunas ocasiones nos sentimos solos y desamparados. Estos pensamientos y sentimientos no son buenos. Dios quiere que podamos experimentar la vida. Que seamos verdaderos hijos suyos y hermanos de Cristo. 

Ser cristiano es reconocer a Jesús como nuestros salvador y mesías. Ser cristiano es experimentar en Jesús la victoria sobre la muerte. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 14,6-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído

Repetimos: la resurrección es una experiencia de la que podemos dar testimonio. Alguno preguntará, ¿y cómo se puede dar testimonio de algo que ocurre después de morir? Si no hemos muerto jamás, ¿cómo podemos dar testimonio de la resurrección?

Cuando en la Iglesia se dice que somos testigos de su muerte y resurrección es porque en alguna medida hemos dado muerte al hombre viejo y hemos dado paso al hombre nuevo nacido del Espíritu Santo. Por el bautismo, los sacramentos, las experiencias divinas y otras cosas más, tenemos la oportunidad de experimentar un pedacito de cielo aquí en la tierra.

Seamos espirituales. Hombres y mujeres que tienen su corazón puesto en las cosas del cielo, no es las de la tierra.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,31-36): El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

Vosotros sois testigos de estas cosas

El testimonio de los discípulos fue tan fuerte que creó un antes y un después en la historia de la humanidad. La resurrección del Señor causó una gran revolución. El mundo ya no fue igual. ¿Por qué?

Aunque algunos digan que no, todos tenemos temor a la muerte. Cuando pensamos en la muerte física de un ser querido o la propia muerte nos sentimos temerosos y asustados. Una angustia nos invade con el solo hecho de pensar que un día no existiremos. Imaginen la alegría que experimenta un condenado a muerte cuando se le anuncia que no morirá jamás. Este es el centro de nuestro testimonio de Fe.

Cuando hemos vivido la resurrección espiritual y conocido el amor de Dios podemos afirmar que si Él nos ama, jamás querrá nuestra muerte en ningún sentido. Así que alegría hermanos! CRISTO HA RESUCITADO para que tú nunca experimentes la muerte. Él ha vencido las tinieblas y tristezas para que tú seas feliz. Animo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. 
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

¡CRISTO HA RESUCITADO!

Somos testigos. La tumba está vacía. Cristo, nuestro Señor, HA RESUCITADO! Es el grito de la Iglesia hoy y también es nuestra experiencia.

La buena noticia es que la muerte ha sido vencida. Lo que los cristianos celebramos no es solamente un hecho del pasado. Hoy también podemos ser como aquellas mujeres que fueron testigos oculares del gran acontecimiento. La muerte no pudo retener a la vida y de esa victoria de Jesús participamos hoy.

Estemos alegres. Participemos con alegría de esa victoria que nos regala Jesús. No más lutos ni llantos ni pesares. ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 28,8-15): En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». 
Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

A quien había resucitado de entre los muertos

Es impresionante como Jesús fue adquiriendo cada vez mayor fama. Sus palabras y obras estaban causando una verdadera revolución. Más y más personas me seguían y creían en Él. ¿Cuál fue el momento culmen de este creciente éxito? 

Según el evangelio de Juan, entre otros acontecimientos, la resurrección de Lázaro fue un momento en el que Jesús manifestó de manera extraordinaria su gloria. Solo debemos pensar un momento, ¡¿que alguien tenga el poder de volver a la vida a un muerto?! Si hoy alguien tuviera semejante poder, causaría una conmoción mundial.

La buena noticia consiste precisamente en eso. Jesús es aquel que tiene poder para volvernos a la vida. Muchos tenemos o experimentamos muertes interiores o espirituales. Es decir, que estamos tristes, sin ganas de vivir o pasando por algún sufrimiento concreto. La gran noticia es que Jesús hoy puede devolvernos la vida. Nos puede resucitar de la muerte. Nos puede hacer el milagro de Lázaro. ¡Ánimo! Este es el misterio del cual Dios quiere hacerte participe en esta Semana Santa.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. 
Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».
Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

El que cree en el Hijo tiene vida eterna

Dios ha querido revelarse a toda la humanidad mediante tu Hijo. ¿Qué podemos ver de Dios Padre en Jesús? La naturaleza divina.

Los seres humanos experimentamos día a día el cansancio de vivir. Estamos en un sin fin de actividades que agitan y nos hacen pensar que la existencia debería ser algo más. Es por eso que con el tiempo de ocio queremos hacer siempre cosas extraordinarias. Llenar nuestro tiempo de actividades que nos permiten “disfrutar” un poco del gozo de vivir.

La clave en este tiempo de Resurrección es acoger a Jesús Vivo en nuestro corazones y así participar de la vida eterna que él nos ofrece. ¿Cómo se logra esto? Pues pídeselo al Señor. Pídele humildemente que te permita vivir aquí en la tierra un pedacito del Cielo. Él te escuchará.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,31-36): El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

Venid y comed

En estos días hemos estado leyendo y escuchando fragmentos de las escrituras que tratan sobre las apariciones de Jesús a sus apóstoles y discípulos luego de su resurrección. Pareciera como que los más importante es descubrir que Jesús no está muerto, está vivo y quiere encontrarse con nosotros. ¿Cómo podemos hacer experiencia personal de la resurrección del Señor?

Ciertamente, en el corazón de alguien que busca con humildad y sinceridad puede darse dicho encuentro. Más sin embargo, necesitamos ayudas y medios eficaces. El mayor de ellos es el sacramento de la eucaristía. 

En este tiempo el Señor sale a nuestro encuentro y nos invita a comer con Él. En la fracción del pan, en el ágape, en el amor entre los hermanos está la vida plena y el experimentar profundamente su victoria sobre nuestras muertes.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.