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¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís?

Pedimos, continuamente, a Dios milagros. No aceptamos la historia y por eso queremos que el Señor nos la cambie. Hacemos que Dios parezca un “genio de la lámpara” que cumple nuestros deseos cuando la frotamos tres veces. Eso no es un espíritu cristiano.

Jesús predicó muy claro! Lo que ofrecía era la vida eterna que la recibía aquel que descubria que Dios lo había hecho todo bien en su vida. ¡Necesitamos ver y oír la voz de Dios en la historia! Todos necesitamos tener un corazón bien dispuesto que nos conceda abrir nuestra vida a su acción. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 8,14-21): En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entendéis?».

¿Por qué esta generación pide una señal?

Es propio de la naturaleza humana pedir demostración o pruebas de las cosas. Por ejemplo, si alguien dice quererte, lo normal es que le pidamos que lo demuestre con hechos. El tema es que a veces, las señales son evidentes, pero por alguna razón no las vemos o no las interpretamos como deben entenderse.

Algunas personas en tiempos de Jesús no entendían las señales que hacia el Señor. ¿Qué les impedía ver lo enviente? Que estaban en sus propios esquemas. Miraban a Jesús como una persona extraña que hacía cosas fuera de toda lógica. No estaban abiertos a la voluntad de Dios.

A nosotros nos puede pasar lo mismo. Pedimos al Señor que nos haga milagros que no están en el plan de Dios. Queremos que Él se someta a nuestros esquemas y formas de entender la vida. Somos ciegos y no vemos las cosas evidentes. No nos damos cuenta que la verdadera señal que Jesús dará en la victoria sobre nuestras muertes a través de su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa. Este es el gran milagro, la gran señal que Jesús hará en nuestras vidas: que participemos de su resurrección. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 8,11-13): En aquel tiempo, salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal». Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.

«Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”

En la iglesia de los primeros siglos existían una institución llamada catecumenal. Esta era el proceso de iniciación cristiana a través de la cual se ayudaba a los hombres y mujeres que quería ser bautizados a experimentar la Fe cristiana. Con fases y ritos se iniciaban a los paganos en la Fe.

Los paganos, símbolo de lo que todos hemos sido, tenia sus situaciones y pescados. Para poder ser bautizados tenían que demostrar que habían renunciado a sus ídolos y constumbres de pecado y que acogía a Jesucristo en sus vidas. Esto debían confesarlo públicamente en un rito especial.

Los mudos son aquella que no pueden hablar. También existe muchas veces una mudez espiritual. Nosotros hemos estado. Y has veces padeciendo situacioes de mude espiritual. Estamos murmurando en la historia y de nuestra boca no salen palabras de bendición. Dios en Jesús abre nuestra boca y nos hace bendecirle. Decirle a todo el mundo las maravillas que Dios ha hecho en nuestra vida.

¡Ánimo! Tú lengua ha sido “desatada” para que podamos hoy y siempre bendecir al Señor. Esta es la clave de nuestra felicidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,31-37): En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”.

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija

Podemos deducir, leyendo varios pasajes del evangelio, que Jesús se enfocó en anunciar que el Reino de los Cielos ha llegado, primero a la casa de Israel. Predicaba en sinagogas y diversos lugares pero a un público mayormente judío. ¿Esto significa que los demás no tengamos participación en esta maravillosa buena noticia. ¡Nada que ver!

De hecho, hay también mucho pasajes donde el Señor hace milagros a personas consideradas en aquel entonces pagabas o gentiles y por tanto excluidas de los beneficios de la acción salvadora y liberadora del Señor.

La buena noticia también es para todos nosotros. Hombres y mujeres pecadores que no merecemos nada. ¡Ese es el maravilloso amor de Dios manifiestado en Jesucristo! Se ha manifestado a los pobres y excluidos de la tierra para perdonar sus pecados y liberarnos de las ataduras del pecado y de la muerte. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,24-30): En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». Él, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido.

Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas

La mentalidad materialista de la sociedad actual nos hace entender mal muchas de los pasajes bíblicos. Hemos legislado y organizado nuestros pueblos con una idea distorsionada de lo que es el ser humano. Legislamos por “fuera” sin tomar en cuenta lo de “adentro”.

Vivimos la Fe como el cumplimiento de una serie de normas y regulaciones. Vamos a misa, visitanos funerarias y somos amigos de dos o tres curas y pensamos que ya con eso hemos ganado el cielo.

La Fe no es cumplir normas externas. Vivir la Fe es hacer experiencia seria y profunda de conversión. Es amar a Dios con todo el corazón, Alva y cuerpo. Es vender los bienes, amar a los enemigos y estar dispuesto siempre a hacer la voluntad de Dios. ¿Estás dispuesto? Sigamos a Cristo y pidamos que la gracia nos permita renunciar al pecado y acogernos a la palabra de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,14-23): En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: «¿Así que también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?» —así declaraba puros todos los alimentos—. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

Las leyes existen para ordenar la vida social. Ellas, se supone, ayudan a la convivencia fraterna y nos animan al respeto mutuo. ¿Todas las leyes cumplen con este noble propósito? No siempre.

Existen leyes injustas que lejos de tomar en cuenta el bien de las personas existen para servir a los intereses particulares de personas o grupos. Existen leyes que violentan la dignidad humana y hacen un flaco servicio al bien común. ¿Qué es lo más importante? Que se cumpla siempre el espíritu de la Ley.

La ley divina, puesta por Dios, busca que los hombres y mujeres amen a Dios, se amen entre ellos y que cada quien puedan encontrar su desarrollo pleno. El corazón de un cristiano debe ser fuente de todo bien y de amor para todos. La ley es una ayuda esa importante tarea. Amemos a Dios de corazón y cumpliremos todas las leyes. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,1-13): En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-.

Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres». Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte’. Pero vosotros decís: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro “Korbán” -es decir: ofrenda-’, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas».

Y cuantos la tocaron quedaban salvados

Dios nos ha dado los cinco sentidos para percibir el mundo y así desarrollar al máximo nuestra inteligencia y demás talentos. Sin ellos sería difícil alcanzar al máximo nuestro potencial. Uno de ellos es fundamental: tocar.

Con el tacto podemos manipular objetos, crear cosas nuevas y hacer productiva nuestra vida. Tocamos lo que consideramos es importante. De hecho, cuando alguien está ciego, cuando toca la cara de aquel con habla, puede hacerse una mejor idea del aspecto de la persona con quien dialoga.

A Jesús muchos quería tocarle, ¿Por qué? Pues porque en ese estar cerca tenían la esperanza de participar de su gloria, de su capacidad sanadora, de su salvación. Ahora nos haríamos la siguiente pregunta, si ya Jesús no está físicamente entre nosotros, ¿cómo podríamos tocarle? Pues mediante sus presencias.

Jesús está presente en los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía. También en la Iglesia, a través de sus ministerios y carismas. También en los más necesitados, los pobres de la tierra y en especial en lo profundo de nuestro corazón. Así es, podemos tocarle, a través de la oración, en el corazón de alguien que quiere amarle y hacer su voluntad.

Pidamos a Dios la capacidad de tocar a Jesús en sus presencias diarias. Podemos participar de su poder si sabemos encontrarle. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,53-56): En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos hubieron terminado la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que Él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

Porque han visto mis ojos tu salvación

Algunos privilegiados han tenido la dicha de ver físicamente al Señor Jesús. Vivieron con Él. Caminaban junto a Él. Reían y lloraban con Él. En fin, compartieron la existencia terrenal y fueron testigos oculares de sus milagros y predicación. ¿Es posible hacer la misma experiencia que esos hombres y mujeres hicieron hace dos mil años?

En el evangelio hay un pasaje que dice “dichosos aquellos que creen sin ver”. Es decir, aquellos que como nosotros no han visto físicamente al Señor pero le han conocido a un nivel mucho más profundo y cercano. A Jesús se le conoce y experimenta en lo profundo del corazón.

Simeón, hombre justo y piadoso, pudo ver y sostener en sus brazos al salvador del mundo. Nosotros podemos hoy, si abrimos nuestro corazón, sentir la presencia del Señor en casa momento, a cada instante de nuestra vida. Podemos, junto a Simeón, decir que hemos contemplado y vivido la salvación del mundo. La luz de Cristo ha iluminado nuestra vida y la ha hecho resurgir de la muerte. ¡Dichosos los que han visto y experimentado la presencia de Dios en sus vidas!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

Comenzó a enviarlos de dos en dos

Fueron varios las señales y prodigios que acompañaron a los apóstoles en la misión. Algunas fueron extraordinarias manifestaciones del poder de Dios. En otros casos, sutiles signos pero iguales en poder.

Los apóstoles iban como pequeños. Sin nada. Con el solo apoyo de la Fe en Dios que es padre y provee para sus hijos. Yo soy testigo de eso.

En la última misión de dos en dos a la que fui enviado, pude ver como Dios siempre nos cuidó. Fuimos sin dinero y sin seguridades. Vimos la potencia de Dios que iba delante de nosotros y hacía milagros de conversión en todos aquellos que nos acogieron. ¡Esta palabra se cumple!

Mis queridos hermanos, por el bautismo somos enviados todos a la misión. Confiemos en el Señor, porque haciendo su voluntad, encontramos la vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,7-13): En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.