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Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras

La sabiduría, que es Cristo, se puede conocer por sus obras. Muchos la rechazan, otros la acogen con entusiasmo y humildad. Los que quieren tener vida eterna saben reconocer a Jesús donde está. Los que no les interesa la sabiduría que viene de Dios no la encontrarán nunca.

En este adviento estamos invitados a abrir nuestro corazón a la sabiduría divina. Es una sabiduría que sabe ver la presencia de Dios en todos los acontecimientos de la vida. Sabiduría que nos ayuda a aceptar el sufrimiento y ser purificados interiormente. ¡Ánimo! ¡Nunca dudemos del amor de Dios!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,16-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

El más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él

Jesús se hizo carne, murió y resucitó para que todos podamos experimentar en vida eterna. Ciertamente estuvo profetizado durante muchos años. En el antiguo testamento se concretizan muchas de estas profecías. El mismo Juan Bautista, el último de los profetas antes de Jesús, dijo que todo se había cumplido en Jesucristo. ¿qué significa eso para nosotros hoy?

Nuestro Señor se nos aparece hoy nuevamente. Nos constituye en herederos suyos, coherederos de Cristo. Nos da la gracia de ser sus hijos. Esa es la buena noticia de hoy. A pesar de nuestros pecados, el Señor nos salva y nos lleva a experimentar desde aquí la vida eterna. ¡Cuanto nos ama Dios! ¡Verdaderamente está vivo y triunfante! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso

¡Descanso! Eso lo queremos todos. Estamos como peregrinado en un valle de lágrimas. Nos enfrentamos todos los días con tantos desafíos y problemas. En algunas ocasiones nos levantamos y pensamos que no vamos a poder enfrentar el día a día, ¿Quién podrá ayudarnos?

¡Ánimo! Por favor, no desfallezcamos. Nuestro Jesús viene en nuestra ayuda. Hoy se hará presente y dará sentido a nuestra vida. Nos consolará y aliviará la carga. Nos hará ver que su yugo es suave, que el sufrimiento no los mata y que podemos vivir eternamente. ¡Dios te ama! ¡Nunca lo dudes!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños

La misericordia de Dios es infinita. Nuestros pecados son innumerables más sin embargo Dios los perdona todos. Él quiere nuestro bien, quiere que tengamos vida eterna. El amor de Dios dura por siempre.

¿Qué debemos dar al Señor a cambio de tanto amor? Dejarnos amar. Es decir, acogiendo el amor de Dios en nuestro corazón podemos volver nuevamente al rebaño y formar parte de su redil. Dejarse amar por Dios es cumplir su palabra y hacer siempre su voluntad. La vida sirve para caminar por el trayecto que conduce a Dios y su casa de misericordia. ¡Adelante! El siempre nos espera y perdona. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

Hombre, tus pecados te quedan perdonados

El perdón de los pecados supera todos los milagros físicos. El verdadero milagro es que Dios perdona nuestros pecados y este amor misericordioso transforma nuestras vidas.

En el tiempo litúrgico del adviento reconocemos una de las grandes verdades de la vida terrena: un día moriremos. La muerte física es el fin de esta existencia y el principio de una mucho mejor. ¿Para qué sirve vivir si un día nos toca morir? El vivir en este mundo es una oportunidad para santificarnos, purificarnos y prepararnos para la vivir eternamente en la morada celeste.

¡No estemos tristes! Porque si sabemos que ha resucitado, entonces podemos vivir en la esperanza escatológica sabiendo que la vida nunca acaba, solo se transforma. El perdón de nuestros pecados es la demostración de que la muerte ha sido vencida. ¡Ánimo! ¡Vivamos como resucitados!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!

Para que en ti se pueda realizar el anuncio de la buena noticia es fundamental que creas profundamente que Cristo tiene poder de cambiar tu vida. No se trata de sanar. Se trata de ser liberados de todo mal y atadura. Dar un cambio para mejor. Ser tocados en lo más hondo de nuestro corazón por el amor de Dios.

Cuando alguien se siente amado por Dios, se transforma radicalmente. Se convierte en un testigo fiel de su amor y lo predica en todas partes. Es un sentimiento que no se puede resistir. La alegría nos desborda. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,27-31): Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos

La clave de nuestra felicidad es poner en práctica la palabra de Dios. La gran diferencia en los cristianos es que algunos ponen hacen la voluntad de Dios y otros se resisten. Estamos llamados a ser prudentes, es decir, saber que la palabra del Señor tiene poder para defendernos de cualquier adversidad.

En la Iglesia también hay mucha hipocresía. Es decir, personas que profesan la fe con los labios que con sus acciones se pone en evidencia que están lejos del mensaje de salvación.

Pidamos a Dios que nos enseñe a ser íntegros. A qué nuestras acciones estén en perfecta armonía con lo que dicen nuestros labios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas

El Señor da de comer un alimento espiritual que sacia toda hambre y sed. Su amor se concretiza en la curación de todos los males y dolencias. Entrar en contacto con él supone un cambio radical de vida.

Acércate a Cristo. Abre tu corazón al poder sanador de su presencia. Pídele que te cure y que te de comida buena y abundante. Un pan que baja de cielo que es su cuerpo y sangre que se parte y derrama para el perdón de todos nuestros pecados. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 15,29-37): En aquel tiempo, pasando de allí, Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y Él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?». Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos». El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.

¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!

Lo más grande que puede pasar en la vida nuestra es recibir el anuncio del amor de Dios. Ser beneficiarios del anuncio del evangelio es un regalo inmenso que nuestro Padre Dios nos hace. No hay en el mundo cosa más bella y excelsa.

Hace muchos años que escuché por primera vez el Kerygma. Hace ya décadas que pude ser testigo de la acción de Dios en la vida de muchos hermanos y hermanas que permanecen todavía fieles a esos primeros amores. ¡Qué alegría saber que Dios nos ama profundamente!

Benditos aquellos que nos anunciaron el amor. Paz a aquellos que lo dieron todo para que pudiéramos conocer a Dios en plenitud. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Yo iré a curarle

Jesús cura. Sana todo tipo de dolencias. Sin embargo, el mayor milagro es cuando cambia nuestro corazón.

El Papa Francisco a dicho: “Navidad eres tú cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma”. Es decir, que para vivir el adviento y la navidad es fundamental nacer de nuevo. Es necesario transformar nuestros corazones para que desde la humildad saber abrir nuestro corazón a Dios.

El Señor nos ama profundamente. Quiero que seamos felices. Nos quiere bien. Pidamos a Dios que sane nuestro corazón y que Cristo habite dentro de nosotros. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,5-11): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».