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La mies es mucha y los obreros pocos

Son muchos los trabajos en la Iglesia. La cantidad de servicios y ministerios es innumerable. El más importante de todos es la evangelización. La “viña” necesita obreros que la trabajen. Ese mundo necesita de misioneros que siembren la palabra de Dios y su amor en los corazones de cada hombre y mujer que habita este planeta, ¿con quien cuenta el Señor?

Cuenta contigo y conmigo. Si… somos débiles y pecadores pero Él se deja ayudar de personas precarias como nosotros para manifestar su amor. Sooo necesita una cosa de nosotros: nuestra disponibilidad. ¿Estás dispuesto? Si decimos que si vamos a experimentar la mayor de las felicidades. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,32-38): En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios».

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».

¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado

Los milagros tienen el propósito de suscitar la Fe. Dios quiere que manifestando su poder todos puedan abrirse a la vida que viene por creer que Jesús es Señor de todo y todos. Esta Fe nos resucita de la muerte y nos concede vivir una vida nueva.

Nuestras enfermedades son curadas y nuestras preocupaciones adquieren sentido trascendente. Dios nos invita a aceptar nuestra historia, bendiciendo a todo momento por lo que nos acontece.

¡Ánimo! La felicidad nos viene de creer que Dios nos ama y nos invita a aceptar su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?

Jesús no vino por los buenos o por los que se creen buenos. Vino a salvar a los que se reconocen pecadores y saben, en lo profundo de su corazón, que no son merecedores de la misericordia divina.

La alegria que transmitía el Señor a los rechazados era sorprendente. Los corruptos de su tiempo cambiaban de conducta porque se encontraban con alguien que les amaba profundamente. Recibían el perdón y la misericordia. Esta era la fuerza capaz de transformar la vida de aquellos pecadores.

¡Ánimo! Hoy es bueno y conveniente experimentar el amor de Dios en nuestras vidas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados

El mundo siempre sigue a los soñadores. Muchos líderes espirituales lograr aglutinar en torno a ellos un grupo de seguidores por la promesa de sanación y experiencias místicas. Las personas siguen a quienes le prometen curaciones milagrosas. Nadie quiere morir, estar enfermo o padecer algún mal. ¿Cómo vive el cristianismo esta realidad?

Los milagros tiene sentido porque suscitan la Fe. El propósito de una curación no puede limitarse a eliminar la enfermedad física. Lo más importante es la sanación integral de la persona. No hay peor mal que un alma “empecatada”, llena de pecados. La muerte interior es la forma más común de muerte. Muchas personas viven pero están muertas. No tienen felicidad.

Es por eso que podemos pedir a Dios milagros. Pero lo más importante es el perdón de los pecados. El mayor milagro es el moral. El cambio de vida. Un alma que logra encontrarse con Dios y su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

¿Con quié estás? ¿Estás con Dios o con el demonio? Para algunos oídos sensitivos, esta pregunta puede parecer un insulto. Dirá alguno que lee esas preguntas, ¿cómo se atreve a sugerir que estoy con el demonio? Nos puede parecer que se nos juzga y se nos falta al respeto.

Jesucristo acusó en varias ocasiones a algunos que lo perseguían de hijos del demonio. Les denunciaba sus acciones, no para condenarles, sino para que se dieran cuenta de su error, y quizás pudieran arrepentirse y cambiar de vida.

La verdad es que debemos reconocer que muchas veces nuestros actos no son según Dios. Y no hablamos de cosas graves como el asesinato o robo. Cuando murmuramos, juzgamos, pensamos mal o nos creemos mejores que los demás, estamos también más del lado del mal que del bien.

Aquí la clave es reconocer nuestros pecados y dejar que el Señor nos saque el mal de nuestro corazón, que purifique nuestra alma y nos haga ser hijos de Dios Padre. Pidamos a Dios su ayuda para que se realice en nosotros su acción salvadora.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

Dichosos los que no han visto y han creído

Todos nosotros somos Tomás. No hemos visto físicamente a Jesús. Nunca hemos tocado al maestro que decimos seguir. Jamás hemos abrazado y saludado son Señor de manera física. En un mundo donde el método científico domina nuestra mentalidad y nos invita a confirmar con evidencias empíricas nuestras creencias, ¿es posible creer sin ver en los misterios de la salvación?

La realidad es que creemos porque hemos visto. En algún momento, dentro de la llamada que Dios nos ha hecho, hemos “experimentado” al Señor en nuestras vidas. Hemos creído porque el Señor se nos ha aparecido resucitado a través de la predicación, la palabra, los sacramentos y la oración. Esos son los medios a través de los cuales podemos “tocar” al Señor, nuestro salvador.

Hoy estamos nuevamente invitados a tocar y experimentar la presencia sanadora de Jesús. Hoy viene a darnos La Paz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Maestro, te seguiré adondequiera que vayas

La disponibilidad es fundamental en tiempos de evangelización. Es una de las características fundamentales de un cristiano. ¡Ay de mí si no anunciara el evangelio!

Claro, el anuncio del evangelio tiene sus dimensiones y métodos. Algunos son llamados a ser misioneros en las periferias, enviados a todas partes. Otros, evangelizan desde sus carismas específicos. Cada quien tiene un lugar importante en el amplio abanico de posibilidades de evangelización. ¿Cuál es el tuyo?

¡Ánimo! Lo más importante es que tu proyecto sea el mismo que Dios que consiste en anunciar a los pobres la buena nueva del reino.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,18-22): En aquel tiempo, viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».

No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos

Para saber en qué cree una persona, basta con mirar sus obras. Muchas veces las personas decimos cosas que no son acompañadas con los hechos. Nos falta integridad. Nos falta que la mente, el corazón y las acciones estén en comunión.

Los cristianos tenemos el peligro de caer en estas actitudes farisaicas. Podemos estar cumpliendo sacramentos y no tener el más mínimo amor hacia los demás. Debemos reconocer, yo el primero, que muchas veces hablamos muy bonito pero accionamos muy feo.

Ante esta realidad, Jesús nos invita a convertirnos. Nos llama a poner en práctica el evangelio. Las obras, muchas veces, son más importantes que las palabras. Pidamos la gracia a Dios para tener la gracia de cumplir su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21-29): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’.

»Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.

Así que por sus frutos los reconoceréis

Cuando recitamos el Yo Confieso decimos: “he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Es decir, que ya desde el pensamiento podemos ir incubando el pecado en nuestras vidas. También podemos decir que toda acción de pecado tiene su génesis en los pensamientos. Para llegar a cometer un pecado, hace falta haberlo pensado.

Reconozcamos la verdad. Somos muy débiles y pecadores. Nuestros frutos son muchas veces contrarios al amor de Dios. No son buenos. ¿Y qué debemos hacer? Pues pedirle a Dios que nos cambie la mente, las palabras y las obras. El tiene poder para hacer ese milagro.

El fruto de Dios es el amor. Todos los días son buenos para amar. Perdonemos y amemos. Esos son los buenos frutos del cristiano. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

Entrad por la entrada estrecha

La puerta estrecha es la cruz. Entrar por ella es aceptar la historia que Dios permite cada día de nuestra vida. Aceptar la Cruz es bendecir a Dios en medio del sufrimiento. Es reconocer que Dios es Señor de toda la historia y de nuestra historia particular. Somos sus creativas.

¿Aceptas hoy tu cruz? Pidamos al Señor la gracia de no murmurar contra Él. Alguno se escandaliza con esa frase. Dice que nunca haría una cosas semejante. ¿Y cuando estás “refunfuñando” todo el día pensando en tu interior que no tienes la familia, el trabajo, el dinero, la casa y la vida que quieras? Entrar por la puerta estrecha no es una resignación, es más bien una aceptación gozosa de la historia maravillosa que Dios está haciendo en ti y en mi.

Así que… ¡ánimo! Adelante. No te desanimes. Que a través de la puerta estrecha es que se encuentra la verdadera felicidad. Nunca lo dudes.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,6.12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran».