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El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan

La oración tiene un poder inmenso. Dios se complace en la petición humilde de su creatura. Él que es rico en misericordia le gusta dar en abundancia a sus hijos. ¿Cuál es la clave para saber que pedirle?

Debemos reconocer que muchas veces hacemos oración como si Dios fuera un genio que sale de una lámpara a cumplir nuestros deseos más canales. Pedimos por muchas cosas materiales y nos acordamos de Dios cuando necesitamos algún tipo de protección mágica. Eso no es oración.

En el evangelio Jesús nos dice que es fundamental pedir, buscar y llamar. Estas acciones deben hacerse sobre la base que pedimos lo que más nos conviene según la voluntad de Dios. Por ejemplos, si pides a Dios la muerte de un enemigo, ¿crees de verdad que Él te complacerá? ¿Piensas que Dios te dará algo que sabe que te hará mucho daño? Por supuesto que no. Él te ama y te a dar lo que más te conviene que es su amor manifestado en su Espíritu Santo.

Abre hoy tu corazón a la voluntad de Dios y te darás cuenta lo maravilloso que es Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 11,5-13): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle’, y aquél, desde dentro, le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos’, os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.
»Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!».

Señor, enséñanos a orar

Si hay algo propio de un cristiano es la oración. Un hombre o mujer en busca de Dios lo primero que tiene que hacer es orar incesantemente. La oración es la vía o camino que pueda conducirnos a un encuentro personal y profundo con Dios.

Jesús se pasaba el día en oración. Cumplía con lo que le fue trasmitido de pequeño y además pasaba largas horas orando a solas. Sus discípulos al verlo querían hacer lo mismo. Su ejemplo les inspiraba. Sabían muy bien que si su maestro lo hacía era bueno.

La oración no es repetir como papagayos unas fórmulas sin pensar en lo que decimos. La oración es encuentro de comunión con Dios donde estamos afirmando nuestra disposición de hacer la voluntad de Él.

El que hace oración es lo suficientemente humilde como para reconocer que está necesitado del que todo lo puede. Reconoce en Dios a su Padre que le cuida y proteje. Está dispuesto a hacer la voluntad de Dios.

¡Hoy en día de oración! ¡Ánimo! Solo así seremos felices.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 11,1-4): Sucedió que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».

Hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola

Los seres humanos siempre estamos en necesidad. Necesitamos del aire para vivir. Sin el agua morimos en pocos días. Si nos faltara el alimento, dicen los expertos, que en un mes estaríamos muertos. En fin, vivir es prácticamente un milagro. ¿Cuál de todas las cosas que usamos diariamente sería la más importante?

Jesús nos propone un camino. Este camino conduce al encuentro personal y profundo con Dios. No es que podamos vivir sin la presencia de Dios en nuestras vidas porque Él siempre está con nosotros. Más bien, es que nosotros necesitamos contemplar a Dios en toda nuestra vida, en cada rincón de nuestra existencia y en cada momento de nuestra vida.

Dos hermanas nos muestran esta realidad misteriosa de nuestra existencia. Por un lado Marta y del otro María. Ambas son íntimas de Jesús pero hay una que eligió lo mejor: vivir día a día en la presencia del Señor.

¡Ánimo! Hoy es una gran oportunidad de sentir a Dios presente en todo lo que hacemos. Déjate amar de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada».

Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha

Dios lo ha creado todo. Tiene poder para hacer nuevas todas las cosas. Somos en este universo criaturas de Dios y por su inmensa misericordia estamos llamados a ser hijos de Dios. ¿Puede Dios hacer su obra de salvación sin nuestra ayuda?

Ciertamente, Dios ha decidido salvarte y salvar a la humanidad con nuestra ayuda, con tu ayuda. Nos elige como enviarnos y darnos una misión. Es hacer presente en medio de esta generación el mensaje de salvación. Ya tenemos en Jesús la posibilidad de ser felices. El cielo está abierto para nosotros y podemos empezar a experimentarlo desde aquí.

Hoy el Señor te invita a hacer presente al mismo Dios con tus obras y acciones. Bendice a Dios con el perdón, amor, servicio y con tus palabras. Que el mundo sepa que Dios existe y ama a todos los que te rodean porque si lo haces así  quien “te escuche a ti, escucha al mismo Dios”.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».

Paz a esta casa

Es impresionante la cantidad de expertos en marketing y ventas que hay en el mundo. Los hay de todos los calibres y tipos. Un amplio catálogo de personas que dicen ser una cosa y son otra. Te ofrecen el cielo aquí en la tierra con tal de sacarte dinero o aprovecharse de ti.

Jesús, para llevar su mensaje a todos los rincones de la tierra, siempre se hizo ayudar de discípulos. Los escogía con mucha seriedad y les indicaba en detalle cómo debían realizar su misión.

Lo más importante de todo era que el mensaje de encarnaba en el portador del mismo. Esa es la gran diferencia con los seudo “profetas” o vendedores de cielos terrenales que existen en nuestros días.

Los misiones o mensajeros iban sin nada, en humildad y precariedad. Llevaban consigo un mensaje de paz y sabían que con sus acciones debían demostrar que son personas de paz. Es el ejemplo que el Papa Francisco acaba de dar en su visita a Cuba y Estados Unidos de América. Lleva un mensaje de paz sin acusar ni juzgar. Si imponer o maltratar. Con humildad pide perdón y se coloca a si mismo en el último lugar. ¿Tú haces lo mismo?

Hoy Simo enviados al mundo como ovejas en medio de lobos. Mostremos a los hombre y mujeres de este tiempo la naturaleza de oveja que cuando el lobo salvaje vea nuestras acciones, creerá en Dios y será feliz.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,1-12): En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.
»En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’. 
»En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: ‘Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca’. Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad».

Te seguiré adondequiera que vayas

Jesús anunciaba el reino de los cielos por todas aldeas y poblados. Su misión era llevar este mensaje de salvación. Esto nunca pensó en hacerlo solo. Es por eso que siempre se hizo acompañar de discípulos. A algunos les hacía un llamado explícito. Otros se invitaban ellos mismos.

Seguir a Jesús todavía implica hoy muchas cosas. Muchos no saben la dimensión o magnitud de semejante opción de vida.

Jesús es el hijo de Dios que vino a salvar al mundo ocupando el último lugar y siendo el servidor de todos. Esto significa que está dispuesto a mostrar el amor de Dios a todos los hombres y mujeres del mundo. Esta misión implica toda la vida. Es una forma de vida radical en el amor.

¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Pues lo primero que tienes que hacer hoy es amar. Ama a tu próximo cercano en la familia, trabajo o centro de estudio. A ese que te cae mal o que te sientes ofendido o distante con él o ella. Ama todos de una forma radical. Esto es seguir a Jesús. Esto es subir a la cruz con Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,57-62): En aquel tiempo, mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

El que no está contra vosotros, está por vosotros

Los seres humanos somos a veces tan sectarios. Hacemos constantemente acepción de personas. Juzgamos a todos según su raza, religión, ideología o grupo a quién pertenece. Estamos haciendo comparaciones de quién es más importante. Tenemos lamentablemente esa inclinación.

En las escrituras encontramos que Jesús no hacía eso. Con su ejemplo nos muestra el verdadero camino cristiano. Nadie es más importante que nadie. De hecho, los más pequeños, los despreciados, los que la sociedad juzga no deberían ser rechazados jamás por una persona de Fe.

Lo más importante es el bien que podamos hacer. Si hay alguien que ama verdaderamente, que sirve a los demás y que procura hacer el bien, debe ser respetado y aceptado como cualquier hermano en la Fe aunque no comparta nuestro mismo credo.

El Papa Francisco lo acaba de demostrar en Estados Unidos. Con un lenguaje universal demuestra amor a todos y todas. Muestra con sus palabras el verdadero amor divino. Sigamos su ejemplo. Amemos como verdaderos cristianos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor». 
Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

Estamos acostumbrados a decir y no hacer. Desde los comienzos de la historia, la palabra de una persona tenía valor. Los contratos en la antigüedad se hacían de forma verbal. Se confiaba en la palabra empeñada. En el transcurrir de los años, se ha perdido mucho de esta ingenuidad primigenia.

En las escrituras hay un relato donde parecería que le hecha una buena reprimenda a su madre y sus hermanos. En este caso especial, el centro no son sus familiares. Jesús está predicando y enseñando. Aprovecha el momento para ayudar a los que les escuchan. Le da una palabra importante.

Muchos de lo que dicen ser cristianos demuestran con sus obras todo lo contrario. El Señor insiste en varias ocasiones que más importante es cumplir la palabra que escucharla. Poner en práctica la palabra de Dios es el verdadero camino de la salvación. Y, ¿qué dice la palabra? Que nos amemos.

Si tienes algún problema con alguien, estás en deuda con alguna personas o simplemente hay algo que te molesta de alguien, Dios te dice hoy: ve y pon en práctica la palabra. Ponerla en práctica implica amar y perdonar a nuestro prójimo. Implica reconocernos pecadores y por tanto, amar a los demás como Dios nos ama a nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

No he venido a llamar a justos, sino a pecadores

En la vida, las personas construyen amistades y relaciones con diversos tipos de personas. Los hay, podríamos decir, de diversos tipos. Existe una regla general para el establecimiento de estas relaciones interpersonales: la gente quiero relacionarse con quien le “suma”.

En nuestra sociedad solemos etiquetar a las personas. Hacemos distinción entre un “tipo” y otro. Es normal que no queramos asociarnos a algunas personas de mala fama. Cuidamos mucho nuestro prestigio y sabemos que si nos ven con mala compañía podría afectarse enormemente. ¿Qué hace Jesús al respecto?

Pues nuestro Señor no rechaza a nadie. No juzga. No condena. No señala el pecado de los demás. Acompaña a los pecadores y su amor les hace ser diferentes, cambiar para mejor, convertirse del mal camino. Jesús ha venido a sanar y no ha condenar.

Los apóstoles son pecadores. El Señor les transforma mediante su amor. Aceptándolos con paciencia hace posible el milagro de la conversión. Es lo mismo que hace hoy con nosotros. ¡El viene a decirte que te ama! Viene a mostrarte su misericordia. Confía en Él. Déjate amar por Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, cuando Jesús se iba de allí, al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

A quien poco se le perdona, poco amor muestra

En el lenguaje de muchos predicadores hay moralismo. Parecen juzgar al pecador. Se presentan a si mismos como ángeles del cielo y de esa forma hacen sentir a los demás como culpables y rechazados espirituales. Dios no tiene esa mentalidad.

El mundo condena y estigmatiza a las personas. Dios en cambio perdona y limpia la mancha del pecado. Nuestro Dios es misericordioso y amoroso. Perdona y ama.

Todos somos invitados hoy a no juzgar y perdonar a todos. Nunca considerarnos superiores a los demás. Reconocer nuestros pecados y hacer conciencia de que Dios nos ha perdonado todos nuestros males. Hagamos también nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. 
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra». 
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».