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El buen pastor da su vida por las ovejas

Jesús utiliza un lenguaje llano y cercano. Utiliza ejemplos que se basan en las realidades de la época. Por ejemplo, era común ver a pastores cuidando los animales bajo su cargo. La figura del pastor era ideal para comunicar un mensaje profundo.

Nuestro Señor nos cuida como un pastor a sus ovejas. Muchos peligros enfrenta un rebaño, sobre todo el de animales salvajes o depredadores que quieren matarle como los lobos y zorros. El pastor tiene la misión de alejar o eliminar dichos peligros. ¿Cuáles serían los peligros que enfrenta un cristiano?

Todos tenemos el peligro de ser devorados por la avaricia, codicia, lujuria, odio, resentimientos, chisme, calummia, venganza, malos pensamientos, en fin, un montón de pecados o males que matan el alma. El buen pastor, imagen de Cristo, también tiene la misión de salvar a las ovejas de aquellos faltos profetas que le viven metiendo intriga y mala doctrina a los cristianos. 

Seamos buenas ovejas. Escuchemos la voz del pastor. Su palabra siempre nos invitará al amor. Fuera de este mensaje, hay peligros que Jesús, como buen pastor, nos quiere evitar. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 10,11-18): En aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».

El que coma este pan vivirá para siempre

Las escrituras hablan de que Dios no nos ha creado para morir sino para vivir. Es por eso que vino Jesús al mundo, para salvarnos de la muerte y resucitarnos para una vida eterna. 

El pan que baja del cielo es Jesucristo que se entrega por nosotros. El amor es entregarse, donarse, servir y amar al prójimo. Es perdonar siempre. Inclusive, el Señor nos enseñó a amar a nuestros enemigos sabiendo con eso que se construye un mundo de paz y bendición.

Hoy es el día de hacernos una misma cosa con Jesús. Participar de su naturaleza. Ser verdaderos hijos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo

El pan era, en la antigüedad, uno de los alimentos que no podía faltar en la mesa. Así como los dominicanos llaman “bandera nacional” al arroz, habichuela y carne, también podría decirse que el pan es la “bandera” gastronómica de los pueblos judíos en los tiempos de Jesús. Era prácticamente indispensable en la mesa de los comensales antiguos.

Pues tomando como referencia esto podemos decir que mucho más fundamental para la vida de todos es el pan que baja del cielo. El alimento que necesitamos todos los días es el que nos ofrece Jesús. El se da, como pan, para que podamos comerle y saciar nuestra hambre de amor y paz. Jesús es el alimento que sacia todo. En Él podemos crecer espiritualmente sanos y fuertes. Él es un alimento rico en vitaminas y minerales para el alma.

Es importante cumplir nuestra dieta espiritual todos los días. Tomemos el alimento más importante de todos. Hagamos que Jesús esté en nuuestro corazón y hagamos que nuestro ser sea una sola cosa con Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre

Los cristianos no seguimos a un simple mortal. Nuestra esperanza y Fe no están puestas en un proyecto humano. Creemos en Jesús porque hemos experimentado que Él ha venido de Dios Padre para salvarnos de la muerte. Su más importante obra en nosotros ha sido su victoria sobre la muerte, es decir, su resurrección.

Muchas veces nosotros, sus seguidores o discípulos, dudamos del poder de Jesús. En algunas ocasiones nos sentimos solos y desamparados. Estos pensamientos y sentimientos no son buenos. Dios quiere que podamos experimentar la vida. Que seamos verdaderos hijos suyos y hermanos de Cristo. 

Ser cristiano es reconocer a Jesús como nuestros salvador y mesías. Ser cristiano es experimentar en Jesús la victoria sobre la muerte. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 14,6-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

Yo soy el pan de la vida

Imaginen que gracias a los adelantos científicos se invente un alimento que elimine definidamente el hambre. Es decir, una alimento que diera para toda la vida. La compañía que comercialice semejante producto se haría millonaria. 

En verdad, existe un pan que baja del cielo que quita la verdadera hambre que nos lleva a la muerte: el hambre espiritual. Los seres humanos necesitamos amor, compasión, perdón, y reconocimiento social. En definitiva, estamos todos necesitados de Dios. Este pan que baja del cielo es el mismo Jesucristo que nos ama y nos perdona siempre. 

Hoy necesitamos que Dios nos alimente de su amor. Lo demás, será dado por añadidura.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron 

Jesús dio de comer a la gente. Si un político leyera este documento lo interpretaría inmediatamente como un proceso operativo que fortalece al líder que da a la gente lo que necesita. De hecho, al final, querían constituirle rey. ¡Qué bueno sería un presidente que multiplica los panes y da de comer a todos! Sin embargo, la reacción de Jesús pone en su justa interpretación el hecho de la multiplicación de los panes y peces.

El Señor no quiere simplemente dar una solución a una necesidad material. Ciertamente, se descubre en la escritura que los apóstoles y Jesús andaban con dinero y resolvían temas y urgencias materiales de los pobres pero el sentido del milagro de Jesús es demostrar que Él puede saciar los anhelos de todo orden.

Si, Jesús vino a dar y desbordar las aspiraciones de la gente. Los cincos panes simbolizan la palabra de Dios y los peces el alimento que viene del mar, símbolo de la muerte. Es decir, Jesús da un alimento que salva de la muerte, da la vida y nos lleva a evangelizar porque sacia y satisface todas nuestras necesidades. ¡Esa es la alegría de la resurrección! Comer y saciarse para dar al mundo de lo que nos sobra que es el amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,1-15): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». 
Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.

El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído

Repetimos: la resurrección es una experiencia de la que podemos dar testimonio. Alguno preguntará, ¿y cómo se puede dar testimonio de algo que ocurre después de morir? Si no hemos muerto jamás, ¿cómo podemos dar testimonio de la resurrección?

Cuando en la Iglesia se dice que somos testigos de su muerte y resurrección es porque en alguna medida hemos dado muerte al hombre viejo y hemos dado paso al hombre nuevo nacido del Espíritu Santo. Por el bautismo, los sacramentos, las experiencias divinas y otras cosas más, tenemos la oportunidad de experimentar un pedacito de cielo aquí en la tierra.

Seamos espirituales. Hombres y mujeres que tienen su corazón puesto en las cosas del cielo, no es las de la tierra.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,31-36): El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios

Lo único que conocemos son las tres o cuatro cosas que hemos visto en nuestra corta o larga vida. Nuestra experiencia empírica nos dice que solo existe lo que podemos comprobar, observar y demostrar. Nos parecen extraños los asuntos espirituales, como por ejemplo, el hecho de que Jesús haya dicho que es necesario nacer de nuevo. Podríamos decir, ¿cómo así?

Nuestro nacimiento físico fue en un momento concreto. Podemos rastrear la fecha, hora y lugar en la que nuestra madre nos dió a luz con las correspondiente ayuda médica. ¿Es igual el nacimiento espiritual?

En lo que corresponde al nacimiento del espíritu hay cosas que no podemos entender. En primer lugar, es un nacimiento que parece nunca acabar. Todos los días estamos llamados a nacer de lo alto y de hecho tenemos la oportunidad de nacer nuevamente cuando caemos, pecamos o nos separamos de la voluntad de Dios.

Por otro lado, son muchos los sacramentos que hacen referencia a este misterio espiritual. Es decir, tenemos en la Iglesia ayudas adecuadas para poder hacer la voluntad de Dios. 

Por último, en el nacimiento de la carne son otros lo que producen el nacimiento. En el caso del nacimiento del espíritu necesitamos tener nuestro corazón dispuesto y abierto para que se realice en nosotros.

Hoy tenemos un nuevo llamado para nacer de nuevo. Pidamos al Señor su espíritu y mostremos el deseo de que esta realidad espiritual se realice en nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,1-8): Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él». Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios». 
Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?». Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu».

Vosotros sois testigos de estas cosas

El testimonio de los discípulos fue tan fuerte que creó un antes y un después en la historia de la humanidad. La resurrección del Señor causó una gran revolución. El mundo ya no fue igual. ¿Por qué?

Aunque algunos digan que no, todos tenemos temor a la muerte. Cuando pensamos en la muerte física de un ser querido o la propia muerte nos sentimos temerosos y asustados. Una angustia nos invade con el solo hecho de pensar que un día no existiremos. Imaginen la alegría que experimenta un condenado a muerte cuando se le anuncia que no morirá jamás. Este es el centro de nuestro testimonio de Fe.

Cuando hemos vivido la resurrección espiritual y conocido el amor de Dios podemos afirmar que si Él nos ama, jamás querrá nuestra muerte en ningún sentido. Así que alegría hermanos! CRISTO HA RESUCITADO para que tú nunca experimentes la muerte. Él ha vencido las tinieblas y tristezas para que tú seas feliz. Animo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. 
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

¿Cómo podemos conocer al Señor? ¿De qué manera experimentamos la resurrección del Señor? Los discípulos de Emaús nos muestran como Jesús RESUCITADO se hace presente en nuestras vidas.

Ciertamente, hoy no se aparece Jesús de forma física a que le toquemos y comemos con Él. Lo hace de una manera más profunda, íntima, mística y existencial. Le encontramos en las escrituras y el la fracción del Pan. Le podemos ver en la comunión de los hermanos. También podemos exprimentar su resurrección cuando en medio de la tristeza suscita profetas que nos ayudan en el camino de la vida a descubrir el amor de Dios.

La verdad que hemos experimentado todos es que CRISTO HA RESUCITADO! Somos testigos. Podemos dar testimonio de eso. Animo! CRISTO vive.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. 
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras. 
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.