Archivo por meses: mayo 2020

Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando

¡Es una gran bendición tener un amigo! Los libros sapienciales hablan del valor de la amistad y de la importancia de tener alguien a quien uno pueda amar y confiar. Se dice en la Palabra de Dios que “el amigo fiel no tiene precio” Eclo 6,15. Pero claro, la relación de amistad humana es un simple reflejo de la más grande amistad que podemos establecer: ser amigos de Dios.

Nuestro Dios, en Jesucristo, ha querido estar cerca de nosotros. Ya no es un Dios lejano, aprendido en la escuela o en la casa, que vive en el cielo y está ajeno a nuestros problemas. No, no es así en el cristianismo. Nuestro Dios se manifiesta en la historia, se hace presente amorosamente en nuestra vida, con él podemos dialogar todos los días a través de la oración.

Seamos amigos de Dios. ¿Cómo puede ser esto? Amándonos como Él nos ama. Perdonando todos los días a los que nos ofenden y amando a todos como a nosotros mismos. Hermanos, quien ama es un verdadero amigo de Dios. ¿Estás dispuesto? ¡Pues adelante!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 15,12-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor

¿Cuál es el principal mandamiento de Dios? Amarle a Él con todo el corazón, el alma y las fuerzas; y al prójimo como a uno mismo. Es decir, toda la ley y preceptos del Señor se resumen en una palabra: amar.

No podemos reducir el cristianismo a un moralismo o algún tipo de estilo de vida ético. El cristianismo es un acontecimiento, un encuentro personal y profundo con el amor de los amores: Dios. Somos transformados es hijos de Dios sobre la base del gran amor y misericordia que él nos muestra día a día. Podemos amar, si abrimos nuestro corazón al Señor, cuando nos sentimos amados por Dios. Su amor lo cura todo, lo sana todo.

¡Ánimo! Vamos a permanecer en el amor. No cumplamos ritos pensando que hasta ahí llega el mandato de Dios. ¡Amemos! Piensa de que manera puedes amar más a los que te rodean y ya verás que con la ayuda de Dios, serás más feliz, tendrás vida eterna. Amén.

Leer:
Texto del Evangelio (Jn 15,9-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

»Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

»No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

Yo soy la vid; vosotros los sarmientos

Si buscamos en un diccionario bíblico, podemos entender mejor la palabra vid y sarmientos que Jesús utiliza para explicarnos cuál es la relación entre nosotros y él. Se dice en el diccionario que “en su única Iglesia, Jesús es el tronco, la vid. y los cristianos somos las ramas, los sarmientos”. Es decir que así como una rama permanece unida al tronco, así deberíamos estar unidos al Señor. A eso se refiere nuestro Salvador cuando nos dice que “lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí”.

¿Qué significa permanecer en la vid? Un sarmiento o rama se seca si es separado del tronco de la vid. La savia, la energía vital de la planta, que la hace crecer fuerte y dar frutos, no le llega. Así nos pasa cuando nos separamos de Jesús. Nos pasa así cuando en el día estamos centrados en nuestras preocupaciones y afanes. Cuando pensamos que todo lo podemos lograr con nuestras fuerzas. Nos secamos cuando en nuestra soberbia no aceptamos la historia que Dios nos regala día a día. Es por eso que este llamado es hermoso. Dios nos dice ¡permanece en la mí!

Permanezcamos firmes en el Señor. Vendrán los problemas y situaciones pero si estamos firmes en Dios nada ni nadie podrá separarnos de su amor. ¡Ánimo! ¡Nunca dudes del amor de Dios!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo

¡La paz! Necesitamos tener paz. En un mundo como el que vivimos parecería que nunca podemos encontrar la paz verdadera y profunda. Todo parece inquietarnos: el miedo a contagiarse en esta pandemia, el incendio del vertedero de duquesa, la crisis económica fruto del COVID19, y tantas cosas más. Tranquilos, Jesús nunca nos deja solos.

Al consolar a los discípulos cuando les hablaba de su inminente partida, les aseguraba que iba al Padre y que nos enviaría otro Paraclito. Nos dice también a nosotros que su Espíritu de verdad está con nosotros, en nuestro corazón, y quiere decirle a nuestro espíritu que verdaderamente Dios nos ama. Inspira en lo profundo de nuestra alma la certeza de que Dios lo hace todo bien.

¡No se turbe tu corazón! No mires lo grande de tus problemas, mucho más grande es Dios. Él nos ama y nos muestra el camino que conduce a la vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 14,27-31a): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado».

Si alguno me ama, guardará mi Palabra

¿Cuál es el más importante mandamiento de Dios? Amarle con todo el corazón, el alma y las fuerzas. ¿Y cómo podemos hacerlo? Dejándonos amar por Él.

Lo primero que hace Dios es manifestar su amor. En Jesucristo nos ha mostrado en plenitud su naturaleza. Él nos ama tanto que quiere hacerse uno con nosotros. Así es Dios, amor total hacia nosotros.

Nadie puede amar si antes no se siente amado. Es por eso que Dios perdona nuestros pecados, nos saca de nuestras tinieblas y nos lleva a su luz admirable. Lo primero que hace es transformar nuestro corazón de piedra en uno de carne para que también nosotros podamos amar como él nos ama. ¿Has perdonado hoy? ¿Te has reconciliado con las personas con que tienes algún problema? ¿Le has dicho a ese prójimo que te cuesta tanto entender que le amas?

La ley es amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Es un amor, que habitando en nosotros, nos reconcilia con nuestra historia y con el mundo entero. Cumplir los mandamientos es amar a Dios y amar al prójimo. Ese es el camino de la vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 14,21-26): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida

En tiempos antiguos, donde los pueblos eran nómadas (errantes) y recolectores, el camino era un tema fundamental. Sin google maps o waze para indicarles por donde ir, saber tomar el camino correcto suponía la diferencia entre llegar al destino seguro o terminar dando vueltas, como “perdidos en el espacio”.

Es por eso que podemos aplicar la imagen del camino a nuestra experiencia de fe. Todos los días nos enfrentamos a una elección. Podemos elegir el mal camino que conduce al pecado o al mal, o elegir el buen camino que conduce a la vida. Tenemos la oportunidad de recorrer un sendero de vida, esperanza y caridad. Podemos, con la ayuda de Dios, tomar el camino que nos conduce a “verdes pastos de fresca hierba”, donde podemos amarnos como Cristo nos ama.

Jesús es el camino que nos conduce a la presencia del Padre. Él es el sendero que tenemos que tomar para alcanzar la vida eterna. No nos perdamos, sigamos a Jesús. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 14,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí».

No es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía

Se sabe que el ser humano necesita referentes a quien imitar, lo que se conoce en inglés como “role models”. Siempre tenemos a alguien que se convierte en un modelo a seguir. Vestimos, actuamos y hasta hablamos como esa persona a quien admiramos. ¿A quién sigues o imitas tú?

Hay un libro llamado “Imitación de Cristo”, de autor desconocido, que se ha convertido en lectura obligada de todos aquellos que quieren ser verdaderos cristianos. Por el título podemos deducir su contenido. Es un libro que quien lo lee demuestra a quien quiere seguir o emular.

La verdad, mis queridos hermanos, es que el único camino que conduce a la vida, el único que puede iluminar nuestra existencia, el único pan de vida que sacia nuestra hambre de amor es Jesús, ¿a quién vamos a admirar o reverenciar? ¿A un político, empresario o artista? No, jamás. Nuestro único referente es Cristo quien nos ama y nos invita a amar. Sigamos solo a Jesús, lo demás es pura añadidura. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 13,16-20): Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: el que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas

¡Qué terrible es vivir en las tinieblas! Cuando no hay luz en nuestras casas, nos sentimos incómodos, desorientados y hasta sentimos más calor. Vivir en la oscuridad es como vivir sin vida, sin horizonte, sin esperanza, ¿alguna vez te has sentido así?

Hay momentos en los que pensamos que el mundo se nos acaba. No vemos signos de esperanza de un futuro mejor. Son los momentos de la depresión, de la preocupación por el sustento propio y familiar, de la necesidad de un amor que nunca acabe.

En Jesús encontramos luz. En él no hay tiniebla que prevalezca. Con su palabra lo ilumina todo. ¿Quieres ser iluminado por el Señor? Déjate amar por él. Cree que Dios ha resucitado a Jesús y junto con él nos pasa de la oscuridad a la luz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».

Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen

Si buscamos en YouTube algún video sobre Pastores y su labor diaria, nos daremos cuenta la relación íntima que desarrolla un pastor con sus ovejas. Ciertamente, el conoce a cada una, las cuenta constantemente y ante un silbato o llamado de él, todas las ovejas se acercan y le siguen. Con razón Jesús tomó la figura del Pastor para explicarse ante la generación incrédula con quien tenía que lidiar.

También nosotros podemos ser incrédulos. En nuestra terquedad podemos desoír la voz del verdadero pastor y hacerle caso a las invitaciones que nos hace el mundo de vivir en la superficialidad, de adorar al dinero, los afectos y a los bienes materiales.

¡No nos dejemos engañar! ¡Solo hay un único y verdadero pastor! Él nos cuida de las acechanzas de los “lobos de este mundo”. Nos salva del peligro. Nos introduce en su redil de vida en abundancia. ¿Escuchas la voz de Jesús? Síguele y pon todas sus enseñanzas en práctica. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 10,22-30): Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día

En el pueblo de Israel, en tiempos de Jesús, la hospitalidad era un mandato divino. Todo buen judío tenía la “obligación” de acoger al peregrino. Tenía el deber de compartir con él su pan. Comer el pan juntos era símbolo de comunión, de acogida y de amor. Se realizaba, de una forma muy concreta, el principal mandamiento de la ley: “amar al prójimo como a uno mismo”.

Lo mismo sucede con Jesús. Él nos da a comer un alimento que produce en nosotros vida eterna, felicidad plena. Nos da a comer, peregrinos en esta tierra, su propia carne, su misma esencia divina y su amor en la dimensión de la Cruz. ¡Qué maravilla! Podemos hacernos una misma cosa con el Señor.

En los primeros siglos del cristiano, los Padres de la Iglesia llamaban teóforos (portadores de Dios) a los cristianos que salían de celebrar la Eucaristía. En su interior llevaban al mismísimo Señor. Hoy, por temas de coronavirus, no podemos comulgar físicamente pero la comunión espiritual la podemos hacer todos los días. ¡No te desanimes! ¡Hoy también puedes hacerte uno en el Señor! Comamos un alimento bueno, la mismísima carne y sangre de nuestro amado Jesús.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.