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Paz a esta casa

El Señor Jesús pasó su tiempo aquí en la tierra anunciando el Reino de los Cielos. Esta misión no la realizó solo. De hecho, siempre supo elegir unos colaboradores, discípulos, apóstoles; que le ayudaron a llevar paz a los seres humanos de todos los lugares y tiempos.

Dios nos invita a formar parte de esta misión. Si somos realmente cristianos estamos llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra. Es decir, estamos llamando a misionar, desde donde estemos y desde la forma que Dios quiera. ¡Ánimo! Sembremos al mundo de La Paz que primero hemos recibido. Dad gratis lo que gratis hemos recibido.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,1-12): En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.

»En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’.

»En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: ‘Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca’. Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad».

el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza

¿Cuáles son las condiciones para seguir a Jesús? En el evangelio, en varias ocasiones el mismo Señor dejó bien claro lo que implicaba seguirle. Para un lector de este tiempo parecerían cosas exageradas y fuera de sentido común. ¿Quién dejaría todo para seguir a alguien que no tiene donde descansar?

Es importante entender las palabras del Señor. Dios da felicidad plena a todos los que renuncian a los apegos y relaciones desordenadas que muchas veces tenemos con las cosas de este mundo. Todo pasa. Las cosas nacen, crecen, se reproducen y mueren. Lo único seguro es Dios y el cielo que tiene preparado para nosotros. Es en este sentido que podemos entender que aquí no tendremos morada definitiva ni lugar donde encontrar felicidad verdadera.

¡Ánimo! Pongamos nuestra confianza solo Dios y tendremos la vida eterna que colma toda aspiración y anhelo.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,57-62): En aquel tiempo, mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».

Volviéndose, les reprendió

El Reino de los Cielos no se construye sobre la base de la violencia y odio. Imaginen el gran poder de Jesús que podía controlar los vientos y sanar todas las dolencias. Tenía toda la fuerza para liberarse de cualquier peligro y castigar como quisiera a cualquier persona. Lo maravilloso es que nuestro Señor no uso ese poder para hacer daño.

Esto es un ejemplo para todos nosotros. Santiago y Juan querían matar a sus enemigos. Jesús quería salvarles mediante el amor y el perdón. Nos enseña que la violencia nunca es una opción para los cristianos. Mostraremos el rostro de Dios en la tierra en la medida que mostremos su amor a todos y todas. ¡Ánimo! Dios nos da esto como una gracia.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,51-56): Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.

El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor

Jesús hablaba de muchas cosas. Siempre enseñaba a sus discípulos de diversas maneras el camino que lleva a la verdadera felicidad. Entre sus enseñanzas habló de los pequeños. ¿A qué se refirió Jesús cuando dijo que había que ser comop pequeños como los niños?

Ciertamente, todos los seres humanos aspiramos a más. El mundo nos dice que debemos tener éxito material y prestigio para triunfar en la vida. Es por eso que todos aspiramos con ambición a puestos en la vida. Tener un lugar de importancia donde quiera que nos movamos.

En el caso de cristianismo se da algo similiar pero de forma santa. Es decir,
Jesús dice a los discípulos que todo aquel que quiera ser mayor, importante o primero debe ser el servidor de todos.
El lugar del cristiano no es el primer lugar donde todos quieren estar. La felicidad está en el servicio, el lugar que ocupan los últimos del mundo. Esa es la perfecta felicidad que es fruto del desprendimiento total y la única aspiración de amar a todos y todas de manera incondicional.

Ocupemos en este mundo el lugar que ocupo Cristo. Desde la cruz Jesús reina sobre todas las cosas y salva a la humanidad entera.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».

Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».

¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?

La buena noticia predicada por los apóstoles y profetas de todos los tiempos no es cuento de hadas. Todavía mantiene la fuerza que tiene por los señales, prodigios y signos que le acompañan.

El mundo, simbolizado en tristes figuras como Herodes, se asombra y piensa que con dar muerte a un profeta todo acaba. Nuestro mundo desacredita mediante diferentes medios a las personas que intentan llevar un mensaje de esperanza y salvación. No importa. Podemos ser asesinados por los poderes oscuros de este mundo, pero nuestro mensaje permanecerá siempre porque es el mensaje de Dios para la salvación y felicidad del todos y todas.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.

Les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades

En nuestros tiempos, donde el cristianismo representa el 18% de la población mundial, todo el mundo reconoce en Jesús autoridad y poder. Es decir, que la mayoría sabe que Jesucristo existió y que fue una figura de trascendencia global. Dicen hasta los musulmanes y judios que fue un gran profeta y un maestro rabino extraordinario. Si todo se hubiera quedado en Él, no pudiéramos vivir lo que experimentamos hoy.

En la Iglesia hemos tenido la gracia de seguir beneficiándonos de ese poder y autoridad venida de Dios a través de Jesús. ¿Cómo ha sido eso? Gracias a que el Señor le concedió los mismos privilegios a sus apóstoles. Hoy el Señor sigue salvando a través de sus enviados y elegidos. La Iglesia siempre ha tenido en más de 20 siglos hombres y mujeres que han bendecido y amado a las personas de su tiempo mediante la acción salvífica del Señor.

Pidamos a Dios que nos siga concediendo profetas que con la autoridad que les confiere nuestro Dios nos ayuden a encontrarnos con el inmenso amor de nuestro Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

Oye la palabra de Dios y la pone en práctica

Es cierto que mucho que leen estas palabras están activos en la Iglesia. De hecho, podemos presumir diciendo que somos tal o cual cosa en la estructura eclesial. La pregunta sería, ¿esto es realmente más importante que la conversión?

Me explico. Podemos pensar que eso es ser cristiano. Hacer algunos actos buenos y servir en la Iglesia. Jesús dice lo contrario. De hecho, al escuchar que su madre quería verlo, aprovechó la ocasión para decirle a sus discípulos que la filiación divina viene dado a aquellos que ponen en práctica su palabra. Y, ¿cuál es esta palabra? El amor.

Hermanos y hermanas. Hoy estamos llamados a amar como Cristo nos amó, es decir, perdonando y amando a todos incluyendo nuestros enemigos. Este es el camino de la santidad de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío

Una de las tareas más importantes de la vida es descubrir la propia vocación. Ser consciente de la misión que tenemos en la tierra es encontrar la felicidad. ¿Puede haber algo más importante que esto?

Podríamos decir que las vocaciones todas tienen una madre. El que podamos ser maestros, médicos, abogados o ingenieros en simplemente una vía de algo más importante. Existen algunos, los más débiles, que hemos sido llamados a una vocación trascendente.

Dios ha querido elegir a unos cuantos para que puedan seguir a Cristo. Ser discípulos del Señor es la mayor vocación que tenemos. Es por eso, que todo lo demás en nuestra vida está en función de esa llamada.

Para ser “seguidor” de Cristo hace falta que renunciemos a todo lo que impida hacerlo. Muchas veces cosas buenas nos obstaculizan ir a donde Cristo nos mande.

La renuncia no es algo que debemos hacer por sacrificio y resignación. La renuncia cristiana consiste en poner en primer lugar los más importante que es Dios mismo.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, caminaba con Jesús mucha gente, y volviéndose les dijo: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.

»Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».

Brizna y Viga: ¿cómo nos ama Dios?

Si buscamos en el diccionario el significado de la palabra “brizna” nos damos cuenta que dentro de sus definiciones aparece que es un filamento o hebra vegetal. En general hace referencia a “porción insignificante de algo”. En un español coloquial diríamos que brizna es sinónimo de “paja o zurrapa”.

En cambio, cuando investigamos sobre la palabra “viga”, la misma nos conduce a la definición de “madero largo y grueso que sirve para formar los techos en los edificios y asegurar las construcciones”.

Para buen entendedor pocas palabras bastan. La diferencia de tamaño entra una brizna y una viga son grandes. Por eso, Jesús como maestro lleno de sabiduría, hace uso de esta figura para dar una enseñanza sobre como debemos contemplar los pecados de los demás.

Los pecados de tu esposo o esposa, de tu hijo o hija, de tu compañero de trabajo o estudio, de tu madre y padre; de el “otro” que no eres “tú” son inmensamente pequeños comparados con los tuyos! Si aplicamos esto a la vida, podríamos decir: “si los demás son más santos que tú, ¿por qué les juzgas? ¿Con qué autoridad moral señalas los pecados y defectos de los demás?

Si viéramos a los demás como superiores a nosotros, nadie odiaría, rechazaría o pelearía con el prójimo! La base del AMOR es considerar a los otros como superiores.

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

La Paz de Dios

Mis queridos hermanos y hermanas

Los afanes de la vida diaria nos hacen muchas veces perder la tranquilidad, el sosiego; en definitiva, la paz. Pero, ¿en qué consiste esta paz?

Podemos decir que hay dos experiencias de paz en el ser humano. Por un lado, buscamos muchas veces tener paz como sinónimo de ausencia de problemas. Pensamos que alcanzar la paz es lograr que en nuestra vida no haya sufrimientos ni acontecimientos que perturben nuestra tranquilidad. Tantas cosas suceden a diario: discusiones con nuestros familiares, amigos o compañeros de estudio o trabajo, el trabajo para garantizar el sustento diario, una enfermedad, entre otras cosas. La realidad de nuestra vida, es que el sufrimiento es parte de nuestra vida.

La Paz que nos ofrece Dios en Jesús es una paz que no viene de la ausencia de problemas. La Paz es un fruto de Espíritu Santo que nos hace bendecir a Dios en medio de nuestros problemas, sufrimientos, decepciones y luchas. Dios sabe que, como cuando se “poda” un árbol, luego de experimentar y aceptar la vida tal cual se nos presenta, podemos ver crecer nuevos “brotes y ramos” de paz y quietud.

El corazón de un hombre y una mujer que bendice a Dios en todo momento es el corazón de un resucitado, es el corazón de una persona que tiene paz y alegría! Que vive para ser feliz.

Leer:

Jn 14,27-31a:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»