Archivo de la categoría: Evangelización Digital

Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado

Dios, en este adviento, nos llama a conversión. El Amor divino no se impone. Es preciso que acoja con total libertad. Es por eso que se nos invita a convertirnos, nunca se nos obliga.

Los tiempos litúrgicos existen para ayudarnos a vivir los miestrios de nuestra salvación. En el adviento se subraya la escatología. Es decir, se nos invita a poner nuestro corazón en la realidad celestes. Para eso, es preciso que acogamos al Señor en nuestro corazón. Esa es la clave de este tiempo. Acoger a Dios en nuestros corazones.

Pidamos a Dios que tengamos la humildad de reconocernos pecadores y necesitados de la ayuda divina. Es tiempo de conversión. Es tiempo de adviento.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,13-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

El que tenga oídos, que oiga

La disposición interna en nuestro corazón es fundamental para aceptar a Jesús en nuestro corazón. La acogida implica una apertura sincera y extrema. Nadie puede tener un encuentro profundo con el Señor sin reconocer en Él al mesías y Salvador.

Cuando en las escrituras se dice “el que tenga oídos que oiga” lo que se quiere es invitar a los que escuchan a una recta actitud ante la predicación. El que tenga oídos que oiga o mejor dicho que quiera oír. Esa es la clave de la frase. Hay personas que teniendo el oído para escuchar no lo hacen, porque teniendo oídos no escuchan porque no quieren escuchar.

Pidamos a Dios un corazón puro y recto que pueda acoger con radicalidad total al Señor en su corazón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados

La virgen María intercede por nosotros ante Dios Padre. El mismo Jesús nos dijo desde la cruz que ella era nuestra madre también. Podemos disfrutar de la bendición de saber que la madre de nuestro Salvador nos ama igual que a su hijo.

En el día de hoy y en el contexto del adviento podemos sentirnos contentos de tener la protección amorosa de la Virgen María. Ella nos enseña el camino que conduce a la vida. Nos invita a querer y obedecer a su hijo Jesucristo.

Pidamos a Dios una gracia especial por intercesión de la virgen. ¿Quién puede negarle algo a su madre? ¡Ánimo! Demos gracias a Dios porque tenemos una ayuda adecuada para aliviar nuestras cargas y penas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños

¡Qué alegría saber que tenemos a un Dios que nos ama! El Señor nos cuida siempre como un pastor a sus ovejas. Tiene misericordia de todos. Siente ternura por las ovejas más débiles de su redil.

La Iglesia es un pequeño rebaño del Señor. Sus miembros son ovejas débiles que han sido apacentadas por el Señor. Necesitamos que alguien nos cuide, proteja y ame.

¡Nunca dudes del amor de Dios! Él te ama ciertamente.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

Hoy hemos visto cosas increíbles

Hemos visto cosas increíbles. Un número impresionante de maravillas en nuestra vida y en la de nuestros hermanos. Dios nos ha colmado de bienes materiales y espirituales. ¿Cuál es el más grande de todos ellos? El perdón de nuestros pecados.

Ciertamente hemos tenido muchos sufrimientos, enfermedades y situaciones de conflicto. De todas estas cosas nos salva el Señor mediante el perdón. Experimentar el perdón de los pecados es conocer el amor de Dios. Es sentir que en Él todo tiene sentido. El Señor nos cura de todo con el bálsamo de su amor.

¡Ánimo! Adviento es esperanza. Adviento es sanación. Adviento es fe y amor en nuestro Señor Jesucristo.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial

Edificar sobre arena es un absurdo desde el punto de vista de la ingeniería. Todos los cálculos dan como resultado que semejante obra tendría como consecuencia un desastre. ¿Por qué queremos “edificar” nuestra vida sobre bienes efímeros y proyectos pasajeros?

Este tiempo litúrgico en que vivimos nos invita a poner nuestro corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra. Se nos pide que recorramos el camino de la verdadera felicidad. Amar a Dios por encima de todas las cosas es lo más prudente que podemos hacer. Eso es edificar sobre roca.

La roca verdadera es Cristo que nos ama y da la vida por nosotros. Seamos felices. Seamos ingeligentes. Pongamos nuestra confianza solo en Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Siento compasión de la gente

Se sufre mucho. Desde que nacemos hasta que morimos nos suceden cosas que consideramos buenas pero también algunas que nos hacen sufrir. Enfermedades, scontecimientos trágicos, muertes, humillaciones, carencias afectivas y materiales, en fin, una lista larga de situaciones que nos hacen sufrir, ¿qué hace Jesús al respecto?

Nuestro Señor siente compasión por nosotros. Sabe que necesitamos de Él y que en su palabra la vida tenga sentido y propósito. Es por eso que nos da de comer un alimento que sacia nuestra hambre y sed de amor. Nos muestra su misericordia perdonando nuestro pecados y dando la posibilidad de un futuro mejor.

¡Ánimo! ¡No pierdas la fe! Tenemos a un salvador que viene a transformar su vida para bien. Abre tu corazón al amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 15,29-37): En aquel tiempo, pasando de allí, Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y Él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?». Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?». Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos». El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.

¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!

Nuestra felicidad es el proyecto que quiere Dios para todos nosotros. Por eso se nos ha revelado para que podamos experimentar su amor. ¿Qué hace falta para que podamos seguir experimentándolo? Ser humildes.

El humilde es aquel que se reconoce pecador. Es aquel que siente necesidad de Dios. Es aquel que ha descubierto que sin Dios no es posible una verdadera y profunda felicidad.

Este día es una nueva oportunidad para conocer a Dios. Vivir la vida de una forma diferente. Sentir el amor de Dios siemore y así poder ser verdaderamente felices. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Yo iré a curarle

El milagro físico que realiza el Señor siemore tiene un propósito claro: suscitar la Fe. Alguno pensará que el principal motivo para curar a una persona es devolverle la salud. Pero yo me pregunto, si hay tantos enfermos en el mundo, ¿Por qué Dios sana a unos pocos y no a todos? Porque más que liberar a una persona de algún mal físico, Jesús quiere que tengan vida eterna y eso se logra teniendo Fe.

En el día de hoy quizás le estás pidiendo a Dios salud o algún bien material. Piensa que Dios te ama y que todo lo que acontece en tu vida es para tu bien. En consecuencia, podrás tener padecer alguna enfermedad pero nunca dudarás del amor de Dios. Tendrás la Fe suficiente para bendecir a Dios en todo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,5-11): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».

Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron

La llamada que Jesús hace a sus discípulos es una invitación a vivir de forma diferentes. Es una renuncia a la vida pasada y la apertura a una nueva realidad. Acoger su llamado es aceptar cambiar radicalmente de vida. ¿Tú has hecho esa experiencia?

No podemos ser tibios. Las sagradas escrituras que a los tibios el Señor los “vomita de su boca”. Los tibios son aquellos que están con Dios y con él diablo. Aquellos que aparentemente están en la iglesia y asumen algunas actitudes piadosas pero no deja el mundo y sus costumbres.

Nuestro Señor nos invita a una radicalidad evangélica. A vivir en Jesús sabiendo que es con mucho lo mejor. Esa radicalidad o compromiso total conduce a la vida eterna y perfecta felicidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.