Archivo por meses: agosto 2014

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Dicen los expertos en comportamiento humano que los seres humanos somos seres miméticos. Esto quiere decir que imitamos con frecuencia el comportamiento de los demás. Por eso es que los seguidores de un líder se parecen a ellos en su forma de hablar y hasta de gesticular. Tenemos la tendencia a “mimetizar” el comportamiento de los que ejercen influencia o poder sobre nosotros.

En las escrituras hay figuras bíblicas que encarnan de manera admirable rasgos específicos del comportamiento de Jesús. Desde Adán hasta Juan el Bautista tenemos hombres y mujeres que con su ejemplo nos inspiran y nos refieren a Jesús. Los santos y santas, canonizados oficialmente o no, también son personas dignas de emular. ¿Cuál sería el personaje más importante de todos ellos?

Sin duda, la persona que encarna de forma más plena la imagen de un cristiano es María, la madre de Jesús. Ella es imagen de la Iglesia y de todo cristiano, porque en ella se dan los comportamientos y acciones que deberíamos todos imitar, reproducir y seguir.

En el día de hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, somos invitados por ella a la alegría, al gozo, a la felicidad.

María, madre de Jesús y madre nuestra, proclama con alegría las maravillas de Dios. Es ella, más que cualquier criatura que haya existido sobre la tierra, la que experimenta más plenamente el amor de Dios. Ella siendo hija de Dios fue elegida para ser la vía a través de la cual Dios decidió encarnar a su hijo aquí en la tierra. Los cristianos somos llamados, como María, ha “dar a luz” al hijo de Dios en esta generación, ser otro “Cristo” aquí en la tierra.

Nosotros somos llamados ha imitar a María. Hoy es el día propicio para cantar a todo pulmón el “Magnificat”. Hoy es el día para estar alegres en María, porque grandes cosas ha hecho el Señor en nosotros, ¿lo reconoces? ¿Has visto el amor de Dios en tu vida? Pues en el ejemplo de María podemos descubrirlo con mayor profundidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Las deudas son terribles. Todos tenemos mayores o menores. Muchas veces no tenemos el dinero necesario para comprar una casa, apartamento, o vehículo. Inclusive nos hacen falta los medios materiales básicos para sobrevivir. Estas necesidades las cubrimos endeudándonos. Todos lo hemos hecho. ¿Acaso hay alguien que no deba algo?

Yo he sido testigo en mi familia de lo terrible de una deuda. ¡El dinero no tiene corazón! El que debe tiene que pagar y al que le deben espera ese pago. Si esta lógica no se da somos capaces de cualquier cosa. Llevamos a juicio, peleamos con todos, amenazamos y somos capaces hasta de matar con tal de que nos den “nuestros chelitos”. El que debe ¡tiene que pagar!

El sistema financiero se basa en que este tipo de compromiso funcione. Nuestra sociedad necesita que los acuerdos de deuda y pago funcionen. Todos necesitamos coger prestado y los que prestan, que se les pague.

La clave para entender este evangelio no está en que no se paguen las deudas. Jesús utiliza este tema, tan sensitivo para todos, para dar un mensaje mucho más importante. La verdadera GRAN deuda no es económica, es espiritual.

Cuando faltamos ha alguien, engañamos a un prójimo o insultamos a un amigo, es como si contrajéramos una deuda con él. Generamos un “pasivo espiritual”. La falta contra alguien debe resarcirse, cubrirse, eliminarse o pagarse. Esto se hace con el ¡PERDÓN!

Perdonar es el acto en que, cuando alguien nos falta o cuando no nos paga con lo que nos corresponde que es el amor, le condonamos esa deuda. Todos debemos amar y ser amados. Le “debemos” amor a los demás así como Dios nos ama a todos y todas. Cuando pecamos contra alguien, es decir, le faltamos en la caridad, es como sí contrajéramos una deuda con él. Cuando el nos perdona, es como si dijéramos “no me debes esa falta, no me has amado pero yo no te voy a cobrar ese amor, todo lo contrario, yo te voy amar de GRATIS”.

Tu me amas y yo te amo. Cuando esta lógica del amor se rompe alguien queda “enganchado”… No recibe lo que merece recibir… Es como una deuda pendiente.

La buena noticia es que en Jesús todas nuestras deudas contraídas unos con otros son saldadas. Dios nos ama gratuitamente. En este amor podemos amar a los demás de la misma forma. Esa es la razón de los números tan diferentes y exagerados. Amenos como Él nos ama. Eso sería nuestra bendición.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21—19,1): En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré». Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él

Lo primero que hacemos, cuando alguien ha hecho algo malo, es contárselo al vecino. Es propio de la naturaleza humana, gustosa del morbo y el cotilleo, hablar de los demás. El chisme, la calumnia, la difamación, “los comentarios constructivos” como algunos dicen, son parte del comportamiento diario de hombres y mujeres de todos los tiempos. ¿Qué ha dicho Jesús al respecto?

Lo primero es resaltar la dimensión comunitaria de la vida humana. Somos fundamentalmente seres sociales. Vivimos en el grupo. Somos parte de una familia, un círculo de amistad o grupo laboral. Existimos en continúa relación con los demás.

Jesús sabe muy bien que para construir la “comunidad” hay que evitar todo comportamiento que separe a los “hermanos”. El más dañino de todos es la murmuración, el hablar mal de los demás.

Por eso, nuestro Señor propone una técnica fantástica. Ves a tu hermano pecar… ¡VE Y REPRENDELE PERSONALMENTE! Para “corregir a solas a un hermano” hace falta deseo sincero de que ese hermano se salve y mejore. Es necesario amarle sinceramente. Querer lo mejor para él.

Es mucho más fácil decirle a otro… “Viste a fulano… Supiste lo de perencejo… Te tengo que contar algo de sutanejo”. Cuando alguien nos corrige diciendo “no hablemos mal de esa persona” dices: “yo no estoy hablando mal, simplemente te estoy contando la verdad… ¡que legalista eres!” Mis queridos hermanos y hermanas, así no se construye la comunidad.

Jesús nos propone una metodología que primero confirma el deseo sincero del hermano que el otro cambie de rumbo y ¡viva! El amor al hermano supone un esfuerzo sincero de ayuda. Lo hacemos a solas, luego buscamos a alguien que verifica y confirma con nosotros que conviene que el hermano cambie. Y luego la asamblea de hermanos va en su ayuda. ¡Es una práctica hermosa! Algo que deberíamos ver en todos los ambientes sociales, desde la política hasta la propia comunidad religiosa.

Este amor, expresado en la corrección fraterna, es fruto de la oración que se realiza por obra y gracia del Espíritu Santo. El Señor nos quiere hoy conceder esa gracia. Hoy conviene pedir ese don a nuestro Señor. Cuando corrijas a tu hermano, que sea según la palabra de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?

Todos los padres que lean el evangelio de hoy saben muy bien que los niños no son tan angelitos como parecen. Las tías, tíos, abuelos y hasta los hermanitos mayores saben que un niño es travieso y que muchas veces se porta mal. Entonces, ¿cuál es la cualidad de un niño a la que Jesús hace referencia?

Los niños, más que cualquier cosa, confían absolutamente en sus padres. Ellos gritan, lloran, son crueles con sus amiguitos y hasta hacen rabietas, pero si hay algo que verdaderamente los caracteriza es que para ellos su padre y madre son todo. Un niño o niña sabe muy bien que si está en los brazos de su padre nada malo le pasará. Jesús toma ese rasgo de un padre y lo refiere al padre de los padres. ¡A Dios mismo!

Seamos sinceros. ¡Nadie abandona 99 ovejas para salir a buscar una sola! Es como decir que dejamos 99,000 pesos para ir a cobrar 1,000. Jesús propone esta palabra porque hace referencia a la confianza desmedida que un hijo pone en su padre. Para un niño, su padre lo sabe todo y lo puede todo. Un padre, a los ojos de su hijo pequeño, es capaz de darle la vuelta al mundo entero con tal de complacerlo. Es lo más parecido a un súper héroe. Es lo más cercano a Dios.

El Señor hoy nos propone que tengamos esa confianza en Él. Que pongamos nuestra seguridad en su amor. Dios, nuestro padre, provee y nos cuida. ¿Tienes alguna dificultad? Espera en el Señor, Él te cuidará y rescatará como un “súper padre” salva a su niño pequeño.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,1-5.10.12-14): En una ocasión, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».

El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará

El evangelio del día de hoy es más que oportuno. Podemos hacerle la pregunta al Señor: ¿es justo o no pagar el impuesto a las compras por Internet menores de 200 dólares? Jesús, como siempre, es genial en sus respuestas.

El didracma era una moneda de plata que usaban los judíos para pagar el impuesto anual del templo. En todas las épocas y generaciones siempre ha sido pesado y poco agradable pagar impuestos. La mayor parte de ellos son “impuestos” al pueblo. Nunca son queridos o deseados.

Como es lógico, este es un tema a tratar con los líderes del momento. Jesús es uno al que se le puede preguntar sobre medidas que pensamos son injustas. Su opinión es importante.

¡Oh sorpresa! A Jesús le interesa aprovechar la oportunidad para dar un mensaje mucho más importante que los impuestos. El centro de nuestra vida no está en las dinámicas propias de este mundo. Dios provee para nuestras necesidades. Los hijos de Dios no tienen que preocuparse. El nos dará a su tiempo lo que necesitamos.

¿Qué es lo necesita el hombre y la mujer de nuestro tiempo? Vivir la experiencia Pascual. Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su muerte y resurrección se escandalizan y entristecen. ¿Por qué? Porqué no quieren morir. Queremos pasar a la resurrección sin experimentar la muerte.

No aceptamos las cosas que nos hacen “morir”. Pagar impuestos, comprar los útiles escolares de los niños, enfrentar la precariedad de la vida, son siempre temas difíciles de aceptar.

Jesús nos dice que él “paga por tí y por mí”. Que Él ha entrado en la muerte para resucitar y darnos la posibilidad de vivir esta misma experiencia.

No te preocupes más por los impuestos. Tenemos un Padre millonario que se encargará de nuestras cuentas y sobretodo, de la más importante de todas ellas: la de nuestros pecados. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,22-27): En aquel tiempo, yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho.

Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?». Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?». Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

Tengo un amigo que cuando le felicito el día de su cumpleaños y le digo que Dios le bendiga mucho su respuesta siempre es la misma: “yo lo que quiero es salud y mucho dinero, dinero, dinero”. Es su manera jocosa de decirme que busca la felicidad en el éxito económico. Hay un refrán muy conocido que dice: “el dinero no da la felicidad, pero contribuye mucho a ella”. ¿Qué dice Jesús al respecto?

En la sociedad actual, el modelo de éxito y realización se basa en la posibilidad de alcanzar fama y fortuna. Ser alguien en la vida es tener un gran patrimonio económico y que el mundo sepa que tienes poder, prestigio y dinero. Poder disfrutar de los placeres de la vida (carros de lujo, casas suntuosas, viajes por todo el mundo, ropa elegante) es signo de felicidad y realización plena en esta vida.

Jesús, como siempre, rompe todos los esquemas. Nos invita a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle. Nos dice que “quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. En definitiva, nos invita a la renuncia de las “cosas buenas” que tiene la vida. Expliquemos brevemente este maravilloso mensaje.

El centro del mensaje radica en que aunque todas las cosas son buenas, poner nuestra seguridad y buscar la vida en dichas cosas realmente no nos aseguran la felicidad. Tenemos casos como Justin Biever y Paris Hilton. Están en la cumbre de la fama y del dinero, pero hacen cosas que nos parecen extrañas. Con tanto poder e influencia, que sentido tiene drogarse, emborracharse, romper la ley. Algo está faltando en sus vidas. Y eso que no tienen es lo que propone Dios en Jesús.

Lo que realmente necesitamos es perder nuestra vida según el mundo y hacernos una vida según Dios. Aceptar la cruz es entrar en la historia de la vida bendiciendo por todo lo que tenemos y hacemos. Dios nos invita a vivir alegres por lo mucho o poco que materialmente podamos tener. El cristiano no busca la vida en este mundo. Vive en el mundo construyendo con sus acciones una morada en la patria definitiva de todos: el cielo.

Vivamos como verdaderos seguidores de Cristo. En la alegría que tiene el corazón de alguien que ha encontrado el tesoro más grande que se puede tener: ¡Dios!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,24-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino».

Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres

De una manera u otra, en algún momento o circunstancia, nos hemos identificado con el liderazgo de una persona. Un padre, una madre, amigo, profesor o guía espiritual, siempre hay alguien que influye en nosotros y al que deseamos imitar o seguir.

Jesús es el líder de los líderes. Un modelo ejemplar de lo que debe ser un maestro e “influenciador” y para que esto se realizará concretamente, tenían que reconocerle como tal. Sus discípulos dicen de Él lo que han visto y oído. Son personas que en la práctica han experimentado la fuerza y amor del líder Jesús.

Pedro, impetuoso como siempre, es el primero en reconocer que Jesús es “el Cristo, hijo de Dios vivo”. Una profesión de Fe que le mereció ser constituido en “piedra sobre la cual se construye la Iglesia”. Jesús debe confirmar, afinar, validar y perfeccionar esta afirmación de su discípulo. Inmediatamente se da cuenta que dicen o piensan algo que no es exactamente lo que Jesús espera de ellos.

Ser Cristo e hijo de Dios es dar la vida por los demás. Ser el Mesías y Salvador es subir a la cruz y morir para el perdón de los pecados de su pueblo y todos los hombres y mujeres de todas las generaciones. Ser enviado por Dios para redimir a la humanidad entera significa hacer realidad el Siervo de Yahveh que da la vida por los pecadores, que entra en la muerte para destruir dicha muerte y resucitar para darnos a todos la vida.

Los pensamientos de los discípulos no son estos. No entienden el sentido de la muerte o del sufrimiento. Su concepto de Cristo es otro distinto al de Jesús. ¡Quieren vivir la vida light! Esperan que nada malo les suceda, en otra palabras, vivir en una especie de fantasía tipo cuentos de hadas.

Hermanos y hermanas, estos no son los pensamientos de Dios. Nuestro Señor sabe que para que podamos ser libres, humildes y felices, la vida debe vivirse tal cual se presenta día a día. Un cristiano es uno que como Cristo, entra en el sufrimiento de cada día y experimenta, apoyado en el Señor, que lejos de destruirle, dicho sufrimiento le hace fuerte, humilde, sencillo, capaz de amar a los demás, incluyendo al pecador de tu esposo o esposa, de tu hermano o hermana, de tu compañero de trabajo y cualquier persona que en algún momento entendemos que nos ha hecho algún mal.

¡Ánimo!. Jesús, “el Cristo, hijo de Dios vivo”, nos concederá, si queremos, hacer realidad en nosotros su mensaje de salvación. ¡Tengamos los mismo pensamientos de Dios! Que ama hasta dar la vida por los demás.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-23): En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».

Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle

A mi hijo le encanta la película “Transformers”. Pienso que lo que le atrae es el hecho de que un vehículo común pueda “transformarse” de forma casi mágica en una especie de héroe-robot lleno de súper poderes.

La idea de que una “naturaleza” pueda convertirse en algo mejor es muy atractivo a la mente de aquellos que quieren algo mejor.

Jesús experimenta una “transfiguración”. Los tres apóstoles, testigos de esta manifestación asombrosa, quedan impactados. Se escucha una voz del cielo. Es Dios que dice que el Señor es su hijo amado, que eran invitados a escucharle. Este es el centro de la cuestión.

La belleza de la fiesta que celebramos hoy consiste en la experiencia de Jesús es el anuncio de nuestra propia transfiguración. Podemos tener la naturaleza de hijos de Dios.

En la oración, a la escucha de la ley y los profetas, podemos hacer en nuestra vida realidad este maravilloso milagro. Los apóstoles son protagonistas. ¿Para qué Jesús se asegura de que estén presentes? Para qué todos, ellos y nosotros, sepamos que podemos también en Él, ser hijos de nuestro padre Dios.

Ser hijos de Dios es vivir la vida de una forma totalmente diferente. Llena de luz y amor, sin ausencia por supuesto, del necesario sufrimiento y de los acontecimientos que nos llevan a la humildad. Por eso no es para “hacer tres tiendas” la transfiguración. Jesús muestra su naturaleza divina para que tengamos esperanza. La buena noticia es que podemos tener la naturaleza misma de Dios. En Jesús podemos pasar de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo eterno.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,1-9): En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».

Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?

Estamos en una época donde el “soplo de los vientos” está de moda. Los vientos soplan y las personas parecen vivir en función de la dirección que indiquen los mismos. También significan algo más que una simple metáfora.

La vida está llena de situaciones de “inestabilidad climática”. Un día despertamos, salimos a la calle y todo nos sale tan bien que parece que estamos viviendo un día soleado y tranquilo. Quisiéramos que esa fuera la realidad de todos los momentos de la vida. Vivir en una clase de “paraíso tropical” donde no hay estaciones y el año vive en una especie de eterno verano. Esto no representa la verdad de la existencia humana.

Nos enfrentamos con frecuencia a momentos difíciles. Situaciones que nos hacen sufrir o inquietar. Hay momentos en nuestra vida en los que parece que estamos en medio de un huracán categoría 5, con vientos que amenazan con destrozarnos. La salud de un ser querido empeora, un hijo o hija tiene dificultades en el colegio, el matrimonio no marcha como quisiéramos; en fin, estamos con los “vientos en contra”. Ante esta situación nos asustamos, dudamos, perdemos la Fe.

Jesús en el evangelio nos invita a vivir estos momentos de una forma distinta. Los momentos difíciles de la vida, que siempre tendremos mis queridos hermanos, se viven mirando a Jesús. En este gesto queremos significar que la actitud de un hombre o mujer cristiana debe ser la de poner siempre su confianza en el Señor. Orar y esperar siempre en Dios. Al que confía en Él, siempre le llega la “calma” a su vida. ¡Ánimo! No estás solo.Él siempre está con nosotros, cuidándonos y protegiéndonos.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer

Imaginen la escena de un líder dando de comer a cinco mil personas. Se escucharían por los “cuatro costados” de la nación, los gritos de la gente diciendo: “ese sí e’bueno!”, “Jesús, sin tí, se hunde este país”, y “Jesucristo 2016-hasta que quiera”.

El pueblo necesita siempre alguien que le de. Alimento, vestido, vivienda son sólo algunas de las demandas sociales de todos los tiempos. Una población que tiene hambre espera de su líder que le de algo de comer.

Este evangelio tiene un sentido mucho más profundo. No se trata aquí de explicar un milagro en el sentido material. Jesús dice a sus discípulos “dadles vosotros de comer”. ¿Qué significan estas palabras?

Comer no es una solución plena a la realidad profunda del ser humano. Todos los que hemos trabajado en algún tipo de servicio social sabemos que nunca es suficiente. Siempre hay necesidad de servicios materiales. La pobreza no se combate mediante programas asistenciales. Se deben crear, para ayudar definitivamente, capacidades que permitan a las personas generar por sus propios medios los recursos que necesitan. Aquí está el punto de la cuestión.

Los apóstoles también eran como esos hombres. Llenos de hambre, sed y desnudez. Pero esta realidad no es material, es espiritual. ¡Los discípulos han comido del amor de Dios! Han hecho experiencia de comer y beber la “leche y miel” que significa el amor de Dios y el amor de los hermanos. Al hacer esto han quedado verdaderamente saciados. Su vida se ha llenado plenamente. Este amor ha creado en ellos “capacidades” que les han hecho dar lo que han recibido.

Este evangelio nos invita a evangelizar. Nos invita a dar gratis lo que gratis hemos recibido. Dios nos llama a “dar de comer” a tanta gente que necesita de un alimento que el mundo no les puede dar. ¡Ánimo! Si verdaderamente estás saciado, “dadle vosotros de comer”.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá».

Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.