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Vende lo que tienes y dáselo a los pobres

¿En qué consiste el cristianismo? O mejor dicho, ¿qué es ser cristiano? Si estamos llamados a ser hijos de Dios, discípulos de Cristo, perfectos como nuestro Padre Dios es perfecto, sería interesante preguntarse seriamente en qué consiste dicho llamado.

Jesús explica muy bien ese llamado. El cristiano es aquel que ama a Dios por encima de todo. ¿En qué consiste ese todo? Pues en los bienes materiales y afectivos. Tenemos una tendencia a hacernos ídolos. Buscar la felicidad en las cosas materiales. Nos afanamos constantemente por ser alguien mediante el dinero, la fama, prestigio, y los afectos. Pero todas esas cosas no sirven para la felicidad verdadera. 

El Señor Jesús nos invita a ser felices despreciando los bienes de este mundo y poniendo nuestra confianza solo en Dios. Si amamos a Dios por encima de todo, las cosas nos vendrán por añadidura. ¡Ánimo! ¿Estás dispuesto a renunciar a los bienes de este mundo? Si así lo hicieras, entonces empezarás a ser cristiano.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 19,16-22): En aquel tiempo, un joven se acercó a Jesús y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?». Él le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». «¿Cuáles?» —le dice él—. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?». Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme». Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.

Lo que Dios unió no lo separe el hombre

El cristiano es aquel que ajusta su vida al plan de Dios. Nuestro Dios es el que ha ordenado todo en el universo. Es causa primera de todo lo que sucede. Él es el autor de la vida y de la muerte, hunde en el abismo y saca de el. Por tanto, todo lo que pueda pasar en nuestra vida, incluyendo nuestra vocación o estado social, viene de Él.

En este sentido es que se vive el matrimonio cristiano. En estos tiempos son pocos los que se casan por la Iglesia. ¿Por qué? Entre otros motivos es que piensan que es un absurdo decir que alguien “debe” estar con otra persona para toda la vida de manera “obligada”. Pensar así es no entender el sacramento.

La verdad es que todos somos débiles. Tenemos muchísimas dificultades en la relación con los demás. Somos unos grandes pecadores, pero si nos apoyamos en Dios podemos estar siempre en comunión. Todo lo que hagamos apoyados en Dios, subsistirá para siempre. Es decir, que si tengo la certeza que el matrimonio o el celibato que abracé en algún momento lo hago porque sé que es voluntad de Dios, tendremos la certeza y alegría de saber que cumplimos su proyecto y Él nos dará siempre su fuerza. La Iglesia a previsto los procedimientos cuando efectivamente se confirma que hubo algo que no vino de Dios. Por tanto, en un caso y en otro, siempre se hace la voluntad de Dios. ¿Entiendes este lenguaje? Pídele a Dios entenderlo. Solo así será feliz. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 19,3-12): En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?». Él respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre». 
Dícenle: «Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?». Díceles: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio». 
Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse». Pero Él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda».

¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Nos ha pasado a todos. En algún momento de nuestra vida, alguien nos ha ofendido con intención o sin ella. Nos han faltado al respeto, nos han hablado mal o nos han hecho algún mal directo o indirecto. Es decir, todos hemos tenido la experiencia de sentir en lo profundo de nuestro corazón el dolor de la ofensa que nos infringe alguien. De frente a ese acontecimiento, ¿cómo reacciona un cristiano?

Lo primero es lo primero. El cristiano es aquel que ha experimentado en su vida el amor de Dios y la manifestación máxima de ese amor es el perdón. Nosotros hemos sido perversos, malvados y pecadores. No hemos sido buenos. Hemos hecho mucho mal. ¿Lo sabes? ¿Tienes conciencia de eso? En la medida de que tengas ilimunados tus pecados en esa misa medida experimentarás el amor de Dios sabiendo que en Él tus pecados han sido perdonados.

Todo aquel que experimenta profundamente el perdón de Dios puede perdonar. Aquí está la clave. ¿Si te han perdonado tanto como tú no puedes perdonar lo poco? Pidamos a Dios que nos conceda sentir su perdón y dar ese mismo perdón a los demás. ¡Ánimo! Dios es amor que se manifiesta en el perdón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21—19,1): En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré». Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 
»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Proclama mi alma la grandeza del Señor 

¿Cuál es la grandeza de Dios? Que ama al pecador, al débil, al enemigo. Si mis queridos hermanos, Dios ha mostrado en Cristo su naturaleza divina qué consiste, como dice el evangelio, en hacer salir su sol sobre justos e injustos, sobre buenos y malos. ¡Oh admirable misterio! 

Maria, siendo su criatura, por misericordia del mismo Dios pasó a ser madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. ¡Oh admirable misterio!

Pues esta virgen María, madre Jesús y madre nuestra, testigo de la crucifixión, siempre ha estado y está con su hijo, tanto en la muerte como en su resurrección. ¿Por qué no creer que el hijo quiera tener a su madre siempre cerca? ¡Oh admirable misterio!

Este misterio nos revela una gran verdad. El mismo Dios que ha hecho tantas maravillas en la siempre Virgen María, quiere también hacer lo mismo con cada uno de nosotros. ¡Oh admirable misterio! El misterio de nuestra salvación.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

¿De quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?

A nadie le gusta pagar impuestos pero son necesarios. La sociedad moderna en la que vivimos ha sido construida en un concepto de nación donde todos tenemos que aportan para el desarrollo y mantenimiento de las cosas que nos son comunes. Las carreteras, los servicios públicos, la relación con los demás países deben ser administrados y de alguna manera financiados por lo que todos contribuimos. 

También en tiempos de Jesús existían impuestos. La diferencia estaba que existían algunos que solo aplicaban a los extranjeros, ¿por qué? Pues porque ellos no tenían los mismos detechos que los ciudadanos. Es decir, no tiene los mismos privilegios que los naturales del lugar. 

Así sucede con nosotros y el Reino de los cielos. Nuestro Señor quiere que seamos ciudadanos del cielo. Que como hijos de Dios, podamos gozar de las alegrías eternas. ¿Qué nos impide? El pecado. Cuando pecamos nos separamos de Dios y nos hacemos extranjeros de su Reino. Es por eso que alguien debe darnos la ciudadanía pagando por nosotros los impuestos correspondientes. Eso fue lo que hizo Jesús. Muriendo por nosotros ha pagado con su sangre la deuda que habíamos contraído por nuestros pecados.

¡Qué gran generosidad de nuestro Señor! ¡Cuanto nos ama DIOS! Recordemos hoy este misterio de nuestra salvación y bendigamos al Señor en todo momento.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,22-27): En aquel tiempo, yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho. 
Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?». Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?». Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

El mundo nos presenta un modelo de felicidad basado en el tener, no en el ser. Los seres humanos estamos en una carrera frenética de competencia por los primeros puestos, las riquezas y la fama. Algunos, más desenfadados, dicen solo buscar pasarla bien, dando riendas sueltas al placer y a no tener preocupaciones. En ambas actitudes o posturas, nuestro Señor  Jesús ha denunciado engaños y alienaciones.

Lo cierto es que Dios quiere que seamos felices y tengamos muchos bienes,  pero desea tengamos los verdaderos, los espirituales, porque los otros vendrán por añadidura. El Señor hoy nos llama a construir sobre roca. Nos invita a amarle por encima de todo porque en este amor a Dios y al próximo está nuestra felicidad. ¡Ánimo! Dios nos ama ciertamente.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,24-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino».

El que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna

Hay oraciones o frases en el evangelio que pueden confundir a los oídos que no están iniciados o acostumbrados a estos temas. Por ejemplo, eso de “odiar la vida” puede sonar un tanto exagerado y fuera de lugar. Sin embargo, es una de las bases del cristianismo. 

En el mundo, mientras dure nuestra vida terrenal, tendremos muchos amores o apegos. Es decir, estaremos buscando la felicidad en muchas cosas. Por ejemplo, en el matrimonio, éxito, fama, dinero, prestigio, en fin, muchas cosas que en si mismas son buenas pero son irremediablemente pasajeras. Así mismo hermanos, en este mundo todo se muda y es más, si tenemos una relación desordenada con estas cosas podemos caer en la idolatría y en vicios raros.

El Señor Jesús, sabiendo los peligros que esto puede suponer para nuestra salud de alma y de cuerpo nos ha invitado al desapego radical. Es decir, podemos disfrutar de las cosas pero nunca poniendo nuestra seguridad en ellas. 

¡Ánimo! Que seguir a Jesús es lo más bello que podemos hacer y el siempre nos conduce a la vida eterna. No te desanimes. No temas. Él te ama muchísimo.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,24-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará».

Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas

La Fe es un don que viene del cielo. En nuestra debilidad y precariedad espiritual vivimos dudando de todo. En cuanto vemos un pecado nuestro o de los demás nos ponemos tristes y pensamos que no hay esperanza, que todo está perdido y que nada vale la pena. Esa es la gran mentira del demonio.

Jesús vino a la tierra a darnos la Fe. Nos enseñó a gritar que quiere decir orar con Fe. Nos hizo ver que si le pedimos algo con Fe, deseando ardientemente que se cumpla eso que pedimos en nuestra vida, Él nos lo da. ¿Qué quieres que te conceda el Señor?

Orar o Pedir con Fe significar suplicar al Señor que nos conceda la gracia de hacer siempre su voluntad. Lo que siempre ha querido Dios es darte la felicidad. El pecado nos mete en tristeza. El Señor nos quiere viviendo en la Fe sabiendo que nos libra de la muerte y del pecado. ¡Ánimo! Nunca pierdas la Fe. Dios nos ama y del mal siempre saca el bien.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 15,21-28): En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: «¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

¡Ánimo!, que soy yo; no temáis

No mires la violencia del viento. Pedro, impetuoso como siempre, pide al Señor que le conceda ir donde Él estaba. ¿Donde está Jesús? Caminando sobre las aguas; es decir, victorioso sobre la muerte.

No mires el agua, el viento, tus sufrimientos, tus dolores, en fin, todos aquellos aspectos de tu vida que consideras oscuros. Mira más bien a Jesús. Pon tu mirada en Él. ¡Ten Fe! ¿Qué cosa es tener Fe? Tener la seguridad puesta en Dios y saber, que los vientos fuertes de la vida, Dios lo permite para nuestro bien, para que podamos descubrí que en Jesús todo podemos lograrlo. 

¡Ánimo! No temas a nada ni nadie. El Señor está con nosotros y nos salva.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer

Hemos estado toda la vida buscando saciar nuestra hambre y clamar nuestra sed, ¿de qué tipo de hambre y sed estamos hablando? De aquella que solo se calma con amor.

Todos somos unos afectivos. Necesitamos ser queridos, amados. Por eso luchamos por el dinero, porque todo el mundo quiere al que tiene dinero. También luchamos por prestigio y fama, porque todos quieren a los famosos. También luchamos por una familia, porque en la intimidad familiar ponemos nuestra esperanza de encontrar verdadero amor. En definitiva, todo buscamos la misma. Y entonces, ¿cuál es el dilema que enfrentamos? Que aún así hay matrimonios que se divorcian, familias que se destruyen, hombres y mujeres ricas que se suicidan. ¿No será que todo eso no puede calmar el hambre y sed que tenemos de amor?

Es por eso que Jesús da el verdadero alimento que baja del cielo. Un pan y nos peces que da para saciar nuestra hambre y sobra para dar a otros. Este alimento tan especial y potente es: el amor de Dios. 

En este comienzo de semana pídele a Dios con Fe que te haga ver el amor suyo en tu vida. Que hoy podamos comer de ese alimento celestial y así poder experimentar vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. 
Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá». 
Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.